COLÓN, COLÓN…

Por Juan Manuel Roca

Vamos por partes como decía un viejo profesor de bachillerato en evocación de Jack el Destripador. Lo primero es contar que un grupo de indígenas Misak quiso echar abajo las estatuas de Cristóbal Colón y su mecenas doña Isabel, la Católica.

La encargada de no dejar que se llevara a cabo el estatuicidio fue una policía mestiza, hombres muy lejos de ser españoles como doña Isabel. Y menos italianos, como don Cristóforo Colombo.

Fue precisamente un escultor venido de Italia, Césare Sighinolfi, el ejecutor de las piezas de ese dúo dinámico, durante el llamado IV Centenario, que gracias a un azar terminó por llamarse descubrimiento. La creación de esas estatuas data de 1897.

Las efigies fueron levantadas inicialmente en la avenida Jiménez de Quezada, (un español que tropezó con esta verde sabana), más precisamente entre las carreras 16 y 17 de una Bogotá que todavía era un conato de ciudad.

Años después fueron trasladadas a la Avenida de las Américas y por último las levantaron en la avenida «El dorado», muy cerca del aeropuerto. De cualquier manera si los Misak no lograron derribarlas, sí consiguieron que las autoridades (vaya palabreja), empezaran a desmontarlas.

No entendía y aún no lo entiendo, por qué, ya que estaban tan cerca al aeropuerto no las llevaban de una vez por todas a una de sus pistas y las devolvían a España donde lucirían mejor, diga usted, en un paseo madrileño.

De esta manera se podría aprovechar para devolverles dos héroes muy tiesos y muy majos a la madre patria, encimándoles una buena remesa de bultos con espejos.

Entonces pedir a cambio el retorno de algunos «containers» o baúles con unos simples, muy sencillos lingotes de oro. Así volveríamos al trueque, pero a la inversa. Que se enteren que ya no somos tan inocentes.

Esa representación, que algunos podrán llamar con el antipático término de perfomance, se podría hacer valer al precio de los espejos de hoy y al precio del oro del día. No en balde oro es una palabra venida del latín que significa «brillante amanecer». Amanecerá y veremos.

Nadie me paró bolas cuando propuse otra actuación o representación el 20 de julio consistente en romper floreros en la Plaza de Bolívar, en un motín como el de 1810 durante el virreinato de Amar y Borbón.

Ah, pero hay que ver lo horroroso que resulta el famoso florero que ahora está en un Museo y que el tal Llorente, su propietario, no quiso prestar para una recepción al patriota Antonio Villavicencio. Ahí empezó a gestarse la independencia, cuando los floreros se cotizaban bien y las ganas de ser libres de igual manera.

(A mi amiga Bunker, la única que me siguió la cuerda el 20 de julio del pasado año y quebró un florero en la Plaza de Bolívar).