Tristeza en Zipaquirá por la muerte del maestro Antonio Frio

El pasado 17 de agosto, en la madrugada, falleció en la tierra que tanto quiso su Zipaquirá del alma, el maestro Antonio Frío.

Tenía 71 años de vida y miles de conocimientos históricos, literarios y artísticos.

Compositor, escritor, poeta, cantante, pintor y escultor. Le apasionaba pintar a Simón Bolívar y sus obras que hacen parte de colecciones en cinco continentes se reconocen porque dibujaba al Libertador con ruana.

Nació en Bucaramanga, comenzó a estudiar ingeniería, pero con el fin de estudiar más sobre historia, encontró en Zipaquirá su segundo hogar y donde despertó su pasión por el dibujo y la pintura.

Sus obras más recientes en escultura fueron el Zipa Tisquesusa, que se encuentra frente a la Estación del Tren, y el Simón Bolívar que reposa sobre la alameda en inmediaciones del Liceo Integrado de Zipaquirá.

Con la obra “Ofrenda del Zipa Tisquesusa”, el maestro Antonio Frio recreó uno de los rituales ceremoniales más importantes de la cultura Muisca, consistente en el agradecimiento que los ancestros daban a los dioses.

En los años setenta fue una figura de la llamada canción protesta en la época de la “Vieja nueva ola” al lado de figuras como Ana y Jaime, Pablus Gallinazo, Luis Gabriel y a nivel latinoamericano Piero, Alberto Cortés, Silvio Rodríguez, Alí Primera. Compuso y cantó temas como Pachín Campana, Pistolero Siglo XX, Piel Cobriza, Frío y Soledad, Un Puerto Llamado Planeta y Juan Minero, además de Poesía Nadaista.

Al maestro Frio, el íntegro ser humano repartidor de sonrisas era difícil verlo sin una cachucha. Las tenía de distintos colores. Caminaba rápido por las calles de Zipaquirá, pero se detenía a conversar con quienes le extendieron la mano o le propusieran la historia como tema central. Era un apasionado por los sucesos que antecedieron a la región.

Había llegado hace aproximadamente 45 años a Zipaquirá, atraído por los pictogramas y otros atractivos arqueológicos de las piedras del abra, al oriente de este municipio.

Esos abrigos rocosos utilizados por los primeros pobladores humanos de la región en el Pleistoceno tardío le llamaron la atención y más cuando se enteró que en este lugar se encontraron los vestigios humanos más antiguos de Latinoamérica hasta ahora hallados en Latinoamérica.

Corría el año de 1977 cuando le entró esa grata curiosidad, regresó a la ‘Ciudad de la Sal’, a realizar esta tarea de investigación, recordando que ya había venido algunos años atrás, siendo niño y de la mano de su mamá, a recorrer los encantos de la primera Catedral de Sal.

Antonio Frío nuevamente recorrió el municipio salino, pero con más detenimiento, sensibilizado por su arqueología, atractivos turísticos como la Catedral de Sal, la arquitectura, la historia y sus gentes.