“Una viuda menos y un huérfano menos, valen la pena”, carta pública de la esposa del general Flórez

Hace pocos días se conoció la carta pública de Sandra Inés Henao, esposa del general Javier Alberto Flórez, en respuesta a las declaraciones de María Fernanda Cabal, congresista del Centro Democrático, partido de Álvaro Uribe Vélez.

En su mensaje la señora Henao, quien desde hace 15 años trabaja con los militares heridos en combate y con sus familias, le pide al país que entienda que los militares no se rindieron, que tuvieron la fuerza para disparar un arma pero que también tuvieron el valor para hablar con el enemigo.

Narra cómo en el mes de enero de este año durante una visita al Hospital Militar, lugar que recibía unos 50 militares heridos a la semana, y un médico le dijo que en todo el mes no había llegado ninguno. Ese día se sentó a llorar y entendió que valía la pena apoyar el proceso de paz, que «una mano amputada menos, una viuda menos y un huérfano menos valían la pena».

General Javier Alberto Flórez, el militar activo con más alto rango dentro de las Fuerzas Militares.
General Javier Alberto Flórez, el militar activo con más alto rango dentro de las Fuerzas Militares.

Esta es la conmovedora carta de la esposa del general Flórez:

“La historia lo dirá.

Si alguien me hubiera dicho, que creer en la Paz, era tan difícil, nunca lo hubiera creído.

Cuando estuve en la guerra, porque lo estuve.

En la guerra pura, era fácil.

Pensar que era el único camino posible.

Vivir con miedo.

Temer por la vida.

Temer.

Odiar.

Estar tal vez dispuesta a disparar un arma.

Por defender no tanto mi vida, sino la de mis hijos.

Era como estar dispuesta a amputar partes de mis dedos, porque no había otra opción.

Luchar por defender el hecho de que las armas disparadas tenían una justificación, porque así crecí.

Porque la lucha era la solución.

Aunque veía la sangre de mi pueblo derramarse, en los caminos de mi patria.

Aunque vivía en velorios y en entierros.

Aunque abracé tantas viudas y huérfanos.

Y familias de secuestrados.

Y amputados que partían mi corazón en mil pedazos.

Acompañaba a mi héroe en sus batallas.

Lloraba con las madres, desmadradas.

Porque no hay nombre para las mujeres que entierran a sus hijos.

Aunque vi en muchas paradas militares, entregar una bandera de honor.

Muy merecida.

Pero que no ahoga la verdad de haber entregado un hijo, por la guerra.

Y siempre decía: Dios mío yo no quiero recibir esa bandera.

Le rogué tanto a Dios, por morir al lado de mí esposo.

Pero de viejos.

Cultivando, viajando.

No por una bala.

Un día, él volvió y pensé, los héroes vuelven al hogar.

Feliz creí que ya acababa la pesadilla y podría esconderme con él en un lugar remoto a olvidar.

A sanar.

Pero no fue así.

Una nueva misión nos dio Dios y el presidente de Colombia.

Luchar por la paz.

Hacer historia, tratar de reconciliar a mi pueblo colombiano.

Tratar de devolver a Colombia, los hermosos parajes, que conocí y amé en la guerra.

Que quería algún día mostrarles a mis nietos.

Sin recorrerlos, como lo hicimos con nuestros hijos, heroicamente por acompañar a nuestro héroe.

Este gobierno, me enseñó, nos enseñó, nos dio la oportunidad de pensar que había otra manera de vivir.

Y mi esposo, el más grande guerrero, comprendió, que era posible hablar y llegar a acuerdos, sin disparar, sin derramar sangre.

Desarmando el espíritu y hablando con su enemigo eterno.

Y lo hizo.

Fue muy difícil hasta para nosotros entenderlo.

Pero poco a poco, fuimos viendo que ese milagro era posible.

Lo comprendí cuando en enero de este año, pregunté en el hospital militar, cuántos heridos en combate teníamos ese mes.

Y me dijeron, ¡cero!

Cero.

Tuve que sentarme y llorar.

Lloré, porque durante 15 años de mi vida trabajando con los hijos de mi corazón, los heridos en combate.

No habíamos recibido ni uno.

Quería contarle al mundo.

A los que nunca han abrazado a un ser humano destrozado oliendo a sangre.

A los que nunca han ido a un entierro de mis soldados, policías e infantes.

Quería gritar.

Esto es un milagro.

Ahí, ese día.

Vencí mi temor de cambiar mis creencias.

Vencí la historia de 50 años de mi vida de guerra.

Y decidí perdonar.

Eso, solo eso valía la pena.

Pedí perdón por alguna vez creer, ingenuamente, que el único camino era el de la violencia.

Desarmé mi espíritu.

Desarmé mi alma.

Y decidí creer.

Creer.

Creer.

Pero nos han tratado tan mal a veces.

Ahora somos los vendidos, porque no queremos más guerra.

Porque entendimos que hablando.

Perdonando.

Acordando.

Dándole una oportunidad a nuestro país.

No ha sido, no será fácil.

No está inventada La Paz.

En Colombia.

Porque nunca estas generaciones hemos vivido la PAZ.

Tendremos que aprender.

Sacrificar.

Acá no existen los egos individuales.

Acá debe primar el bien común.

Nunca nadie estuvo conmigo en mis noches en vela, cuando en la soledad lejana de parajes remotos de esta tierra, abrazaba a mis hijos y les repetía, es que el papá lucha por la patria.

Nadie lo reemplazó en la primera comunión de mis hijos.

Nadie lo reemplazó en muchas navidades.

Nadie me abrazó cuando habían combates y llegaban los muertos y heridos y yo rezaba para que no fuera el mío.

Yo decidí acompañarlo en la guerra.

Me costó muy caro.

Pagué mil noches de soledad.

De miedo.

De preguntarme si eso merecían mis hijos.

Hoy decido acompañarlo en esta lucha por La Paz.

Hoy de nuevo.

Nadie me acompaña de afuera, en mis noches en vela.

Solo mis hijos.

Nadie me abraza cuando me dicen cosas horribles.

Solo mis hijos.

Porque ellos le regalaron a Colombia, a su padre para la guerra.

Y se lo regalan, hoy por la paz,

Lágrimas de sangre hemos derramado.

Quién diría que creer en la paz, costara tanto.

Yo decidí, Javier, desde el día que aceptaste este reto acompañarte y hoy con orgullo te digo que la misión, que te encargaron la cumpliste.

Orgullosa estoy de mi héroe.

Ser la copiloto de esta misión, ha sido, lo más difícil de mi vida.

Primero Dios, la virgen y mis ángeles, que me dieron el valor y la inteligencia para criar a mis hijos tan bien, siendo casi una madre cabeza de familia, por ser tu esposa.

Acá estoy a tu lado olvidando el pasado, luchando este presente tan difícil.

Para decirle a mis nietos.

Estén orgullosos por llevar ese apellido.

El general FLÓREZ ha hecho todo, con honorabilidad, sinceridad e institucionalmente.

Como un soldado de la patria.

Entregando su vida por Colombia.

Sigo sacrificando la poca juventud que aún me queda.

Por mi patria.

Envejeceré contigo.

Ya no podremos hacer muchas cosas, que solo nos regala la juventud.

Pero tomada de tu mano, miraré al horizonte y diré, gracias Dios mío.

Porque fuimos parte de algo maravilloso.

Un milagro.

Comenzar el camino hacia La Paz de mi Colombia amada.

La siempre sola por la guerra.

La siempre sola por La Paz.

Pero la más creyente en esta esperanza.

Por mis nietos.

Misión cumplida.

Te respaldo y te respeto inmensamente, por tener esa inmensa capacidad, de reconciliar tu alma, tus convicciones, por la paz de nuestro pueblo colombiano.

Sandra Inés Henao de Flórez.»

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