Por: Mons. José Daniel Falla Robles**
Hace 15 años, por bondad de Dios y disposición de Su Santidad el Papa San Juan Pablo II, fue creada nuestra querida Diócesis de Soacha con el fin de atender pastoralmente de la mejor manera posible a la porción del pueblo de Dios que peregrina tanto en los municipios de Soacha y Sibaté, como en la localidad de Bosa y un sector de Ciudad Bolivar, pertenecientes al Distrito Especial de Bogotá.
Han sido 15 años en los cuales ha sido posible experimentar la realidad que el Concilio Vaticano II nos enseñó en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (G.S.1).
En medio de estrecheces y dificultades, pero también de muchos logros y satisfacciones, tenemos el gozo de celebrar con júbilo estos 15 años de vida y proclamar con el Salmista que “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Sal 125,3).
Cómo no darle gracias al Señor por Monseñor Daniel Caro Borda, que como primer Obispo de la Diócesis tuvo el gran reto de darle una primera estructura y trabajar incansablemente por crear la identidad necesaria para que tanto el presbiterio como la feligresía en general reconocieran la riqueza de haber comenzado a ser considerada como una nueva porción del Pueblo de Dios. En medio de los desafíos que la violencia del país presentó a la naciente Diócesis, lideró los trabajos necesarios para estructurar el Plan de Pastoral que guió el caminar de la Diócesis en su etapa naciente.
Cómo no agradecer también la entrega y el compromiso de todos y cada uno de los sacerdotes que han venido gastando sus mejores energías para sostener y acrecentar la fe de las distintas comunidades y delegaciones a ellos encomendadas. Son ellos, con la particularidad que a cada uno caracteriza y con la fe que cada uno ha cultivado desde su ordenación sacerdotal, un verdadero tesoro para seguir llevando a delante la misión que como Iglesia nos corresponde realizar. Un reconocimiento también agradecido a las diferentes comunidades religiosas que desde sus carismas específicos han enriquecido el caminar de nuestra Diócesis en el transcurso de estos 15 años.
Pero el caminar de nuestra Iglesia y la entrega de todos nosotros los consagrados, tiene sentido en cuanto es un ministerio para apacentar el pueblo de Dios. Durante los dos años que llevo como segundo padre y pastor de esta querida Diócesis, mi oración agradecida también se dirige a Dios por todos los fieles de las diferentes comunidades parroquiales y de manera muy especial por quienes a través de los diferentes grupos parroquiales y movimientos eclesiales han asumido su compromiso sincero y desinteresado por la evangelización.
Esta mirada retrospectiva y agradecida nos debe hacer dirigir nuestra mirada hacia qué debemos emprender en el presente y hacia el futuro para bien de esta porción del pueblo de Dios que peregrina en nuestra Diócesis de Soacha.
En este momento bien cabe preguntarnos, y ¿Qué quiere decir ser «Pueblo de Dios»? El Papa Francisco, en una de sus catequesis en el Año de la Fe, nos recordó que, ante todo, “quiere decir que Dios no pertenece en modo propio a pueblo alguno; porque es Él quien nos llama, nos convoca, nos invita a formar parte de su pueblo, y esta invitación está dirigida a todos, sin distinción, porque la misericordia de Dios «quiere que todos se salven» (1 Tm 2, 4). Y que formamos parte de su pueblo santo a través del Bautismo, a través de la fe en Cristo, don de Dios que se debe alimentar y hacer crecer en toda nuestra vida”.
Y nos recuerda también el Papa Francisco que nuestra misión como miembros de su pueblo santo “es la de llevar al mundo la esperanza y la salvación de Dios: ser signo del amor de Dios que llama a todos a la amistad con Él; ser levadura que hace fermentar toda la masa, sal que da sabor y preserva de la corrupción, ser una luz que ilumina. Y, nos ha insistido el Papa, en que la realidad a veces oscura, marcada por el mal, puede cambiar si nosotros, los primeros, llevamos a ella la luz del Evangelio sobre todo con nuestra vida. La finalidad del pueblo de Dios, nos ha recordado el Papa, es el Reino de Dios, iniciado en la tierra por Dios mismo y que debe ser ampliado hasta su realización, cuando venga Cristo, nuestra vida (cf. Lumen gentium, 9). El fin, entonces, es la comunión plena con el Señor, la familiaridad con el Señor, entrar en su misma vida divina, donde viviremos la alegría de su amor sin medida, un gozo pleno”.
El reto pues que tenemos entre manos, no es distinto del que el Santo Padre nos ha señalado en dicha catequesis: “Que la Iglesia sea espacio de la misericordia y de la esperanza de Dios, donde cada uno se sienta acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio. Y para hacer sentir al otro acogido, amado, perdonado y alentado, la Iglesia debe tener las puertas abiertas para que todos puedan entrar. Y nosotros debemos salir por esas puertas y anunciar el Evangelio”.
Para llevar a cabo no sólo la tarea de ir a predicar el Evangelio a todos los hombres, sino también de asumir el reto específico que el Santo Padre Francisco nos propone de hacer de la Iglesia espacio de la misericordia y de la esperanza de Dios, desde ya los invito a todos para que juntos trabajemos en la formulación del Plan de Pastoral que nos marcará el derrotero que nos identifique como Iglesia diocesana. Todos somos Iglesia y por eso debemos caminar juntos para juntos evangelizar.
La Santísima Virgen María, Nuestra Señora de Fátima, Patrona de nuestra Diócesis, nos acompañe y proteja con su intercesión maternal en este hermoso caminar.
José Daniel Falla Robles**
Obispo de Soacha
Agosto 14 de 2018