Revivamos el gran mingaco de nuestros ancestros, como hilo conductor para exigir un nuevo liderazgo socio político para nuestros pueblos.
Por Mariano Sierra S.
Cuando asoma a nuestro conocimiento el término apocalipsis surge de inmediato una connotación religiosa. Pero al margen de este referente también la connotación que nos conduce el estilo apocalíptico es el misterio, enigmas, devastación. Revelación, pero en esencia es esperanza. En este recorrido aparece en la palestra un nuevo renacer que implica el colapso del planeta, que trae sus raíces, sus realidades enfrentadas a una sociedad que acuña esperanzas. Es propio del apocalipsis, el campo social y sus distintos rasgos políticos y religiosos al unísono de una hermenéutica convulsionada para emerger en tantos avatares, la capacidad renovadora que posee una dimensión que hace parte de la historia.
Nuestro pensar apocalíptico se analiza bajo la óptica de los hechos que actualmente mueven al mundo que son de tal magnitud que nos abre caminos de entendimiento, de cooperación, de discernimiento para la convivencia ciudadana afectada por esos desordenes anotados y más aún por nuestro desacople interior. Todo colapso atrae en sus remolinos, esperanzas para un nuevo posible mundo. En la política ya no se debate, se enfrentan fuerzas con violencia generando una politiquería que infunde a la sociedad dosis de cizaña donde vibran toda sarta de aporías, odios y demás vituperios que hacen resaltar la falta de gobernanza con falsas palabras seductoras.
En medio de cualquier heterodoxia social, política o religiosa debemos dar rienda suelta a entender las circunstancias y nuevos episodios de liberarnos interiormente que enaltezcan la figura de nuevos límites que nos reten contra las encrucijadas apocalípticas y en ese medio del laberinto social que cruza los infiernos de Dante se levanta el apocalipsis de la esperanza y la resistencia pacífica. O sea, el apocalipsis del nuevo mundo donde surge la cultura de la subversión que descorre el velo de las máscaras de los atávicos anodinos, para descubrir los mesiánicos de la verdad y el orden que legitiman la identidad que proclama la reconstrucción social.
Apocalipsis se traduce como esperanza que nace en cualquier tiempo, pero esencialmente en tiempos de tormentas de conciencia, de corrupción y de todo atropello a la condición humana. Este apocalipsis transmite orientación, cambio, nuevos ordenes de vida y de una nueva organización del hombre con su entorno, con su mundo alternativo golpeado por la mal aplicada globalización, con su naturaleza, con sus luchas y deseos de modificar y revolucionar aspectos sociales, ideológicos y religiosos que al decir de Eric Fromm vamos hacia una tecnología humanista sin perder la esencia de lo que es el hombre, recuperar la sociedad deshumanizada.
Los interlocutores del apocalipsis de la modernidad son todos los hombres, pero en esencia es aquella discriminación dada por la sociedad salvaje, son aquellos acosados por el poder de los opresores que se disfrazan atrozmente. El apocalipsis de la esperanza cumple una misión ética, de denuncia ante los despóticos actos que van en detrimento de la dignidad humana y del llamado universal al cambio de ideas, de pensamientos, de acciones y de toda conducta tendiente a ejercer dominio contra los poderes terrenales.
En este estadio del renacer del cambio, de la reflexión, se busca la maduración en el hombre que le va a permitir el uso adecuado de su razón teórica y práctica integrando dinamismo, prudencia, virtudes, ámbito de vida con valores, regulación de placeres, fortaleza para regular los desórdenes, justicia para regular las acciones hacia la convivencia pacífica. El apocalipsis del cambio busca también que la persona humana se identifique con el bien común reconstruyendo la conciencia del tejido social, reconstruyendo el pensar libre para hallar alternativas donde cada ser perfeccione su condición de vida en consenso social, en unidad de hermandad social.
El renacer de la esperanza impone compromiso para denunciar las arbitrariedades y para anunciar los procesos de cambio, las transformaciones y las enseñanzas para descifrar certezas históricas y llevarlas al cambio de la acción donde todo lo que sea odio, opresión se vuelva conciencia transparente. La praxis apocalíptica de la esperanza y el cambio es la fuerza del espíritu combativo para el bien social que enfrenta toda una pedagogía renovadora en un concierto de tiempos donde se comparte con un género humano, donde unos discurren dentro del racionalismo y otros dentro de lo irracional, y esos son los títeres del estado que profesan servilismo.
Siendo hipotético, el apocalipsis no le resta mirarlo dentro de un contexto renovador de expresión. Dentro de él se filtran en democracia personajes que se revisten de ideales benefactores, mientras que, por el lado oscuro, emergen seres violatorios de todo derecho. Esos agujeros negros no son otra cosa que disidentes áulicos, cizañas bazóficas soterradas de un estado que le falta entereza y sentido de gobernabilidad para enfrentarse a su pueblo. Debe el estado tener en cuenta al pensador que nos enseña a romper mitos políticos e ínfulas de gran señor que por compartir un escenario va a perder imagen y autoridad. Todo lo contrario, le sobra mediocridad en todo su concepto de gobernante, desconociendo que esos campesinos, esos afros y esos indígenas encarnan en cuerpo ajeno a quienes nos dieron la libertad.
La avalancha apocalíptica es la reacción ante la angustia que se vive, generada por los despropósitos y los abusos de los manejos financieros, políticos, sociales, familiares, religiosos, de conciencia, por la carencia de unos principios éticos y políticos justos y por el irrespeto a la dignidad humana, a la naturaleza y al medio ambiente que claman con dolor la muerte recibida.
Una reflexión apocalíptica hacia el cambio se convierte en dar vida a la existencia y sentido de vida en un mundo donde persiste la miseria en todo su sentir y la injustica en toda su dimensión, donde persiste el yo, donde no me importa el otro, donde se quiere imponer el poder despótico en lo máximo y en lo mínimo. El poder naciente de un espíritu intransigente es el temor de manejo de la libertad personal que pone en juego la existencia sobre promesas de lo imposible e invisible.
La libertad no es el juego con que con ella se enajena todo de manera irresponsable y se vende la conciencia. La libertad responsable en el renacer de la esperanza no se tiene para hacer de ella un fortín de tiranías convenciendo sutilmente y moldeando o manipulando para que se cumpla la voluntad del que detecta el poder según sus propósitos con un despliegue de dadivas y retoricas palabras que concluye con el desconocimiento de las normas y de todo principio de valores humanos y derechos fundamentales. El método refinado del poder y el mandato puro se mide con hechos concretos de justicia social, no con ilusiones ni con acomodadas expectativas.
La libertad no es gratuita ni casual. Ella es fruto del esfuerzo y la acción en el mundo social. La libertad es liberarnos de factores contaminantes, de los mensajes destructores que hoy ejercen irresponsablemente algunas redes sociales y medios de comunicación, de los esclavismos de los espejismos terrenales como el dinero, el sexo, la droga, la violencia, el maltrato, la castración de la conciencia y todo el devenir que genera el mundo de la corrupción democrática.
Reconstruir la esperanza es hacer que toda perversidad incubada en el tejido social e individual se sustituya por la recta aplicación de las reglas propias de la dignidad humana. La sociedad moderna está en pos del hombre del silencio, del hombre que no razona, del hombre que está en función de los controladores de los poderes opresores, del hombre que ha perdido la capacidad de pensar y alzar sus voces de libertad ante la pérdida del empleo y sus derechos fundamentales.
Pero el apocalipsis del renacer está en pos de la verdad, está en pos del anuncio de la unidad y la armonía, está en pos de la expresión y la opinión de quienes se quieren acallar. No más miedo a la libertad de emitir juicios fraternos y de llevar a cabo las denuncias contra los que oprimen ideas y pensamientos, no más miedo a confrontar con respeto, no más miedo a exigir el cumplimiento de la ley y los derechos de las personas, derechos inalienables que no se compran ni se venden por mísero plato de lentejas o por semántica retórica de quien se ufana gobernante siendo tan solo un producto de regímenes fascistas en mora de hacerle exigible la revocatoria.
La idea es proclamar la convocatoria para comenzar los procesos de cambio y la interpretación de los momentos actuales a la luz de la práctica que conlleve a la trascendencia hacia un nuevo hombre, hacia una sociedad renovada en todas las acciones humanas en el trabajo, en la familia y en toda interrelación espiritual. Subversión en el sentido apocalíptico es alterar el orden que ejercen las instituciones que apoyan las injusticias despreciando el sentir de los débiles. Para Spinoza, sociedad y estado violan todo derecho a que cada individuo se realice según el conato de la naturaleza humana. Y más aún cuando aquí se gobierna como le da la gana al presidente.
No puede el hombre dejarse doblegar por aquello y aquellos que conspiran contra él, por aquellas vanidades que lo deslumbran, que lo manipulan y despersonifican, que le dominan su razón de ser y lo detienen para no actuar, para negarle a exigir sus derechos. El hombre motivado por las superficialidades sociales se obnubila, se adormece para objetar toda injusticia y anunciar la esperanza con base en principios claros de liberación-
La vida es innata tendencia hacia la felicidad y esa búsqueda es un caminar hacia una plena humanización, hacia la plena satisfacción de sueños, aunque ello implique derrotas. Solo la capacidad de amar le da a entender al hombre que el posee la potencialidad de su existencia. El apocalipsis evoca la existencia humana pues allí se fundan diversos aconteceres donde permea la esperanza en osmosis en la plenitud del cosmos en constante fluir de renovación.
En ese camino a la felicidad a la perfección, el hombre atendiendo sus creencias busca el apoyo del gran poder en la naturaleza, otros la buscan en el cielo de la fe, otros en lo material, pero dícese que el sabio busca a Dios en el interior de su ser. El mundo cual apocalipsis enseña a vivir tiempos reales. Compensar las flaquezas humanas nos lleva a una convivencia armónica, pues fuimos creados para enfrentar los retos que configuran los espacios y los tiempos.
El mundo vive momentos difíciles donde pareciera que la gestión del hombre por alcanzar la felicidad ha fracasado. Todas las cosas en las que el ser humano mira como puntos de referencia para la unidad han fallado. La democracia se ha divorciado de la verdad política y social, la educación, la religión, la economía y otras tantas estructuras que se enfocan en hechos de muerte y de abandono engendrando grupos que buscan racionalizar el mal y la destrucción humana y de la naturaleza, propio del capitalismo salvaje que hoy nos dice… Sálvese el que pueda con la pandemia a cuesta ante un gobierno que reta la democracia y viola toda norma.
El itinerario del ser humano se ha convertido en meras teorías, en relativismos donde los beneficios que puedan imperar a favor del hombre se enfocan a devorar todo superávit humanista. Sera que el hombre está perdiendo la batalla. Eso pareciera pues aquello en lo que ha confiado le ha fallado, pero no es así pues cada ídolo que la sociedad ha construido se ha derrumbado en su momento como aquellas estatuas de tantos perversos históricos. La fe siempre regresa o mejor siempre está allí para el rescate desplazándose en misión salvadora.
La visión apocalíptica surge como un mítico canto inspirado bíblicamente que dice que la historia humana tiene propósitos en medios del asombro. Es el canto de una revolución cristológica y de una larga resistencia. La victoria será el levantamiento de los débiles, de los condenados de la tierra, de los siervos sin tierra, de los que llevan el cristo de espaldas que se transforman en justicia conquistada por la lucha del pueblo como supremo poder terrenal.
El canto apocalíptico habla de los pueblos que han sido subyugados por imperios que perduran, pero que la nueva visión comunitaria se fusiona con la visión social de la historia que se extiende entre confines de esperanza en espera de la revelación. Optar por el apocalipsis de la fe, sin temores nos anuncia al Dios de la historia, al Jesús del evangelio implicando asumir una vida firme ante la realidad de un pueblo que protesta cuya fenomenología reivindicara esa actitud que no cierra los ojos ante el sufrimiento, la miseria, el miedo y la desesperanza.
El apocalipsis desplega réplicas que colapsan haciendo revelación de lo que oculta. La vida es dignidad, el apocalipsis es símbolo que interpela la realidad. Primero es la vida frente a cualquier religión llena de mitos, como lo es el estado que cree que incumplir es un imaginario dando ejemplo al pueblo de su mezquindad y así se sustrae de su responsabilidad de gobernación. Gobierno y sociedad le mienten al país propiciando de esta manera la gran violencia que vivimos.
El mundo es una dialéctica de dificultades que obstruye el ejercicio de la revolución. Pero todo lo nefasto del ayer y de hoy se descubrirá en el proceso de la Genesis de la investigación, donde el hombre se alzará con nuevas voces, nuevas miradas, nuevas acciones, nuevas reflexiones. Todo hacia la verdad histórica y social que elimine lo que nos está azotando… El régimen
Hermanos todos… Es la nueva visión del mundo que nos entrega el Papa en su nueva encíclica invitándonos a cambiar por el camino de la revolución de la esperanza terrenal.
* Las opiniones expresadas en este artículo de opinión son del autor y no de SOACHA ILUSTRADA.