En Colombia no hay normalidad de ningún tipo. No es normal que el fiscal espere a que terminen unas elecciones para denunciar el amaño masivo de votos; ni es normal que un ex presidente acusado de delitos de lesa humanidad siga siendo llamado ‘presidente’ (“eterno”, para ele electo presidente); ni es normal que todo el país se escandalice por la mala educación de unos aficionados en Rusia y no salte cuando matan a Arnulfo Catimay Blanca en el Vichada (¿Arnulfo?, ¿era un cantante?); no es normal que se bloquee la Jurisdicción Especial de Paz por los mismos que apoyaron el acuerdo de paz con las FARC, ni es normal que la paz se circunscriba a unas nuevas instituciones; no es normal que nadie que sea escuchado hable de la reforma rural integral o del capítulo étnico o de los acuerdos de género que siguen en el congelador; ni es normal que mientras se denuncie con escándalo el aumento de la deforestación se entreviste con amor a un presidente electo que promete ampliar en medio millón de hectáreas el cultivo de palma aceitera… No es normal nada.
Pero lo más anormal de la normalidad colombiana es lo que ocurre con los grandes medios de comunicación y con los periodistas que en ellos participan. Seguir las coberturas del día de elecciones o haber presenciado el vergonzoso papel mediático en la campaña o en los días posteriores a las elecciones genera arcadas.
Soy periodista y me da vergüenza y quiero romper la regla no escrita de que entre nosotros no nos atacamos porque la irresponsabilidad, el partidismo y la ceguera está llegando a límites insospechados. El espectro mediático del país es tan uribista como la mayoría de los electores (igual nada es casual ¿verdad?). Y, como tal, oculta lo que no es normal en una sociedad democrática y mínimamente justa para centrar el foco informativo en lo insustancial.
Es feo escribirlo, pero sí: los periodistas han sido una pieza clave en el proyecto nacional-mesiánico del uribismo y sus acólitos. Colombia necesitaría un periodismo de excepción, aguerrido, que recorriera los caminos, que se volviera a enlodar, como alguna vez se hizo. Pero hace demasiados años que los periodistas ya no salen de sus oficinas o, en el mejor de los casos, de las áreas visibles de las grandes ciudades que habitan. Hay excepciones, claro está, pero logran publicar con más facilidad en el extranjero sus fotos, sus textos o imágenes, sus historias de la realidad.
Lo demás: o ciencia ficción o propaganda. Se cubre el proceso de paz a punta de notas y ruedas de prensa, se cubre la guerra que sigue en Colombia haciendo de altavoz del brutal aparato de comunicación de las Fuerzas Militares y de la Policía, se cubren las cosas un día y se olvidan antes de que caiga la noche. Ni seguimiento, ni espíritu crítico.
¿Y los medios alternativos? Pues ahí están, atrapados en varias disyuntivas: hablar para los propios (que aplana y homogeneiza los discursos) o tratar de contar el país sin recursos y expuestos a graves problemas de seguridad.
¿Y los históricos periodistas del conflicto? O están retirados, o están en puestos más tranquilos o se dedican a dar conferencias sobre la paz: una de las nuevas áreas de oportunidad para emprendedores bienintencionados y piratas de la pluma y la cámara.
La conclusión es que nada sabemos de nada. ¿Alguna vez sucedió el paro cívico de Buenaventura o habrá que esperar a otro estallido social para hacer cronología? El Catatumbo es ya el eco de algo que pasó hace unas semanas (¿es así?); el pozo Lizama es el nombre de un vallenato porque no se ha hecho seguimiento a lo ocurrido; los informes de memoria histórica merecen ya, como mucho, un párrafo; Santrich ya no es un problema para la paz sino un problemilla judicial, y los titulares ocultan la realidad, que siempre aparece en el sexto párrafo. Un ejemplo: las noticias sobre el aumento de la deforestación parecía que se produce por algún designio divino, muy abajo, escondido, se podía leer: “Según los expertos, detrás de esta deforestación está la minería ilegal, la ganadería extensiva, la colonización de tierras y los cultivos ilícitos y señalan también que la salida del grupo guerrillero de las Farc y la ausencia del Estado en zonas estratégicas, ha acelerado el fenómeno”. ¿Hay hilos de los que tirar periodísticamente?
Me da vergüenza y tristeza. Y creo, si es que la Comisión de la Verdad sirve para algo –que está por ver en el país donde no pasa nada-, los periodistas debemos pasar por esa comisión y contar la verdad de nuestras mentiras y diseccionar la connivencia mediática con las élites más perversas.
*Periodista y coordinador de Colombia Plural