¿Duque es la versión 2.0 de Uribe?

Aunque parece que Duque endurece su uribismo, no queda claro si es una estrategia electoral o un verdadero estilo de gobierno.

Por Andrés Dávila**

Un acto muy uribista

Varios sectores políticos y medios de comunicación han afirmado que las objeciones de Iván Duque a la Ley de procedimiento de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) descubrieron su verdadero talante.

En el mejor estilo uribista, Duque dijo que no objetaría la Ley de procedimiento, pero un mes después se arrepintió. Como anotó La Silla Vacía, ese “reversazo” se produjo una vez que el senador Uribe declaró que era imposible eliminar la JEP pero el gobierno debería objetar la Ley de procedimiento.

No deja de llamar la atención que “el talente verdadero” de Duque se revele más de seis meses después de que posesionase del cargo. ¿Será que Duque está endureciendo su uribismo?

 

El talante de los expresidentes

El estilo de los antecesores de Duque ha sido claro desde el comienzo.

La marca distintiva del gobierno del hoy senador Uribe fue la seguridad democrática, sumada a la confianza inversionista y a la cohesión social. Ese fue el trípode que en su spanglish paisa Uribe le pintó a Obama en una servilleta.

Y para darle algo de vuelo, se habló de la necesidad de llegar a un “Estado comunitario”. Luego se dijo que el objetivo del gobierno era un “Estado de opinión”, es decir, que tuviera contacto cercano con la ciudadanía.

El estilo de Uribe, ajeno a la tradición colombiana, fue un caudillismo con visos de populismo de derecha. En una especie de juego de espejos con Hugo Chávez en Venezuela, Uribe se apalancó con un discurso de “microgerente”, que dejaba la impresión de un presidente que sí gobernaba y que sí trabajaba.

Un hábito muy uribista: anunciar decisiones, para luego retractarse y hacer lo contrario.

En un principio, Juan Manuel Santos fue elegido con un discurso uribista, e incluyó en su gabinete a varios alfiles de Uribe, como Diego Molano y Luis Alfonso Hoyos. Pero Santos no tardó en marcar su propio talante, contrario al de su antecesor.

Durante sus dos primeros años de gobierno, Santos se mostró como un presidente comprometido con las víctimas y la restitución de tierras. Ese discurso estuvo acompañado de una apuesta por la prosperidad, el buen gobierno y la transparencia, y posteriormente por la educación, la equidad y la inversión en infraestructura.

Desde luego, su principal bandera fue la voluntad de paz, que se manifestó en el exitoso ciclo de negociaciones con las FARC y el inicio de diálogos con el ELN.

El estilo de Santos, opuesto al de su antecesor, estuvo marcado por un control gerencial que pretendió ser moderno, lo que incluyó cumplir las tareas para entrar a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

Pero un rasgo de la personalidad de Santos, la imposibilidad de conectarse con la gente, pasó de diferenciarlo de Uribe a volverse en su contra.

¿Y Duque qué?

La elección de Iván Duque estuvo marcada por la incertidumbre: ¿sería un títere del “presidente eterno”? ¿Un joven burócrata que venía de una familia política? ¿Sería un joven a la vanguardia en temas novedosos como la economía naranja? ¿O más bien un “godo light”?

Sin embargo, entre la candidatura y sus primeras acciones como gobernante resaltaron dos rasgos:

Dentro del uribismo, a Duque le correspondió ser la cara amable. Por eso, a diferencia de otros miembros más “radicales” del Centro Democrático, Duque se mostró equilibrado, pausado y medido.

Pero en su gestión como presidente, a Duque le ha faltado tino para escoger el interlocutor adecuado, el mensaje oportuno y la reacción correcta.

Con lo primero se afirmaron los temores en torno a la paz y el respeto por las instituciones. También se vio una oportunidad para que el gobierno conciliara, uniera a los colombianos y disminuyera la polarización del país.

La juventud y competencia técnica de buena parte del gabinete de Duque y el sostenido discurso “anti-mermelada” parecían apuestas creíbles, a pesar de la consabida inexperiencia del Presidente.

Con lo segundo aparecieron los fantasmas de lo banal y lo superfluo, propios de los delfines políticos. Solo que ahora vimos rasgos “posmodernos”: hacer cabecitas, cantar, llevar recados, atender cantantes, nombrar a los siete enanitos, agradecer a Estados Unidos por su “innegable” apoyo en nuestra independencia. En fin: la hipótesis de las canas falsas pintadas en un salón de belleza revivía con potencia.

En medio de todo ello, un hábito muy uribista: anunciar decisiones, para luego retractarse y hacer lo contrario. Así ocurrió con el apoyo a la consulta anticorrupción, con la Ley de Financiamiento, con la ampliación del IVA, entre otros. Todo lo anterior sumado a una evidente falta de coordinación entre ministros y una notoria dificultad para asegurar las mayorías en el Congreso.

No en vano, la favorabilidad de Duque en las encuestas se descolgó incluso más rápido que la de Andrés Pastrana. Eso auguraba un gobierno atípico: con una gobernabilidad muy limitada desde el comienzo.

Año nuevo, ¿vida nueva?

En 2019, Duque parece haberse propuesto encontrar un estilo, con muchas similitudes al de Álvaro Uribe. Las siguientes acciones son muestra de ello:

La reacción al atentado contra la Escuela de Policía General Santander;

El negarse a aplicar el protocolo para el retorno de los negociadores del ELN;

La actitud protagónica en la búsqueda de un cambio de gobierno en Venezuela;

El ímpetu en defender las aspersiones de los cultivos de uso ilícito con glifosato;

El nombramiento de Darío Acevedo como director del Centro Nacional de Memoria Histórica,

Y la cereza del pastel: la decisión de objetar la Ley estatutaria de la JEP, incluso en contra de su propia declaración previa.

Este conjunto de acciones mostraría que estamos ante la reedición, agravada y más profunda, de la seguridad democrática: un uribismo 2.0.

Pero aún quedan muchas preguntas abiertas. Es cierto que en las Bases del Plan Nacional de Desarrollo (PND) y en lo hasta ahora presentado al Congreso se dejaron de lado varios compromisos asociados con la paz.

Sin embargo, mirado en conjunto, el PND recoge y continúa muchos de los lineamientos del gobierno Santos, incluso en los tópicos más “uribistas”, como la seguridad y la defensa.

El PND recoge y continúa muchos de los lineamientos del gobierno Santos, Duque ha recogido algunas de las banderas de Uribe de forma “extraña

Además, Duque ha recogido algunas de las banderas de Uribe de forma “extraña”, por decir lo menos. Por ejemplo, para alcanzar una mayor austeridad, el gobierno se propuso reducir en cerca de un cuarenta por ciento las llamadas nóminas paralelas. Pero de esta manera se ha prescindido de muchos servidores que cumplían tareas fundamentales, y los pocos que han sido reemplazados, han sido sustituidos por personas que desconocen la gestión pública y cómo cumplir con sus funciones.

Se trata de un intento para frenar el “derroche” que tanto le criticó el uribismo a Santos. Pero el remedio parece peor que la enfermedad.

Muchas de las extravagantes decisiones del gobierno han tenido que ser justificadas con esfuerzo. A veces parece que estamos ante un preocupante quebrantamiento del Estado Social de Derecho, como si en lugar de distanciarnos de Venezuela nos uniéramos al mismo tipo de autoritarismo. Pero ese paradójico efecto es un arma de doble filo, que en cualquier momento puede devolverse contra el uribismo.

A Duque le quedan tres años y medio para culminar su mandato: un largo trecho para definir su verdadero estilo y su talante. Con la cercanía de las elecciones regionales de octubre, es necesario preguntarnos si el endurecido uribismo de Duque es real o si se trata de una urgencia electoral.

No sobra recordar, para bien y para mal, que Duque no es Uribe.

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** Politólogo de la Universidad de los Andes, maestro y doctor en Ciencias Sociales de la FLACSO, México, profesor asociado y director del Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana.

Fuente: Razón Pública

Marzo 21 de 2019