Soacha le informa

Algunas de las infraestructuras construidas en Soacha, durante el siglo veinte, beneficiaban exclusivamente a Bogotá.

Por: Tatiana Acevedo Guerrero

Plantas hidroeléctricas, ferrocarriles, bodegas, industrias. Algunas de las aguas de Soacha, el río Soacha, el Aguas Claras, las quebradas Honda, Las Mirlas, Hungría y Chorreros fueron aprovechadas en la siempre apremiante ampliación de acueductos de la capital. Como el municipio crecía despacito, tubos y carreteras se financiaron para conectarla con Bogotá (y se concentraron desde el comienzo en los barrios de mayores ingresos).

En el censo de 1993 Soacha tenía 183.997 habitantes y en 1999 tenía ya 278.000. Como se conoce hoy (y se sabía también entonces), decenas de familias obligadas a salir de otras partes del país llegaron a poblar e improvisar sus más de cuatrocientos barrios. Urbanizadores informales agarraron lomas y se hizo cotidiana la figura del “tierrero” que negociaba las tierras y ofrecía planes de pago, pero no seguridad sobre los papeles del predio. Este sistema funcionó y creció día tras día, mientras se afianzaba la avanzada paramilitar en el norte, en Antioquia y Chocó, en el Norte de Santander.

Los “tierreros” contribuyeron a disminuir la presión del conflicto armado sobre Bogotá. Distintos niveles del gobierno dejaron que se comercializaran las tierras altas de Soacha, en una estrategia tan torcida como las trochas que bajan de la loma: por una parte permitieron construir sin mucha represión, pero por otra no contribuyeron ni con agua ni con nada. La vida en estos barrios se hizo posible sin ayuda institucional y a pesar de la policía, de la alcaldía municipal, de la gobernación.

La empresa de acueducto y alcantarillado de Bogotá continuó prestando el servicio de agua en Soacha, como lo venía haciendo desde mediados de cincuenta, pero no extendió sus redes más allá de los barrios tradicionales. Todos los otros habitantes se acomodaron con conexiones informales o a través de un sistema de mangueras y bombeo, y otro de carrotanques. Con el tiempo a la ciudad fueron llegando ONG de cuanta parte y agencias de desarrollo que colaboran en iniciativas varias. Y cuando llegó el momento de tomar medidas concretas, el gobierno central prefirió incentivar nuevos proyectos de vivienda como Ciudad Verde. Por fin se extendieron redes, pero no hacia los barrios existentes.

En la ciudad se hizo profunda la división entre los habitantes de verdad, con tenencia legal, y los “invasores” que están de paso (y de paso están acabando el agua). Las distribuciones del agua (no sólo de la limpia, sino de la lluvia y los excrementos) fueron delineando distintos tipos de ciudadanos. Tal y como lo explica la página de Soacha en Wikipedia, “los pobladores se clasifican de cuatro tipos: los procedentes de Bogotá (rolos), los nacidos en Soacha (neosoachunos), los desplazados del conflicto armado y los habitantes de la calle”. O la propia página oficial de la alcaldía: “el servicio de agua se está viendo afectado por la proliferación de tomas clandestinas por parte de invasores que están haciendo asentamientos en los cerros”.

Hoy Soacha tiene unos 500.000 habitantes y es una de las diez ciudades más grandes de Colombia. Un gran porcentaje de estos habitantes es tratado como un invasor por la ciudad, por los vecinos más acomodados y por el gobierno central. Pese a los subsidios de ocasión, la desigualdad soachuna tiene raíces por dentro de la tierra, está decidida en la distribución de las redes subterráneas de acueducto que atraviesan sólo algunos barrios. Esta distribución, consolidada dentro de la historia reciente, le debe mucho a elogiadas administraciones bogotanas que se desentendieron de lo que pasaba a unas cuantas calles de Bosa. Los años en que se celebró hasta el frenesí el “milagro bogotano” (con su Transmilenio, su cultura ciudadana, sus inversiones) fueron los mismos en que se vivieron las peores crisis y carencias en la ciudad vecina.

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