«Mi papá es de Fusagasugá, en Colombia, es el séptimo de trece hermanos, nació en el 42, ya tiene 78 años. Es pensionado de las Fuerzas Militares, vive en Bogotá, en una casa gigantesca de cinco habitaciones, cuatro baños, patio; yo vivo en Soacha con mi madre, mi papá tiene sus inversiones, no depende económicamente de nadie, yo dependo de él económicamente, ese es el problema, ha sido una mi… mi estabilidad emocional. Desde que tengo uso de razón, a mis dos o tres años, jamás vi esa casa limpia, jamás la vi arreglada, solo recuerdo una vez en toda la historia de mi vida que pudimos medio limpiarla«.
No es un relato fácil de hacer público. Pero quien decidió hablar es un joven de 26 años que no sabe qué hacer con su padre. Buscó ayuda en diferentes organizaciones y entidades distritales, pero lo mandan de un lado para otro.
El desorden de la vivienda es porque su papá no tira casi nada de lo que compra, y lleva décadas en esa situación. No hay espacio en la sala, ni en los pasillos ni en las habitaciones. Hay cajas, baratijas, revistas, almanaques, loza, muebles acumulados por todas partes. Incluso los baños están atiborrados.
La casa por fuera parece un hombre viejo. Las plantas del antejardín se riegan por el andén como una barba desordenada, y hay una reja desgastada y oxidada que no se ha abierto en muchos años. Justo al frente hay un árbol, tupido por un lado y seco por otro, que parece sacado de un bosque encantado.
La única vez que el joven recuerda haber limpiado la casa fue cuando tenía 12 o 13 años, después de una discusión familiar generada justamente por ese comportamiento obsesivo de acumular y acumular cosas. Sin embargo, las tensiones nunca cesaron. Por esta y otras razones, su esposa y su hijo se fueron de allí. Pese a los ruegos y amenazas de su familia, este hombre se niega a abandonar el lugar.
Esa es su casa familiar. Allí creció con sus padres y hermanos, pero ya casi ninguno está vivo. Según su hijo, es un tipo amable, sociable y caballeroso que prefirió la soledad en medio del caos, y que niega tener algún problema psicológico.
«Él ha sido muy bueno conmigo, pero llegó un momento en que lo idolatré demasiado y quise negar todas las cosas malas que hacía. Esa acumulación generó un golpe muy duro psicológicamente entre los familiares que tratamos de ignorar esto. A mí me gustaría que estuviera en una casa normal, cuidarlo, hacer su cama, su cuarto, su oficina, tenerle su desayuno, almuerzo y comida, no sé, cosas así«, cuenta el hijo, que insiste en que no cesará hasta encontrar ayuda.
Y desea estas cosas porque los recuerdos que tiene de los fines de semana que pasaba con él cuando era niño hoy no lo dejan tranquilo. Cada rincón de esa casa es una trampa mortal, las condiciones higiénicas son malas y, por su edad -considera su hijo-, necesita una atención diferente y especial. Recuerda que a sus 13 o 14 años se quedaba con él, dormían en la misma habitación, pero le hacía ponerse piyamas de cuando tenía 6 o 7 años.
«No soy su único hijo, tiene otra hija, vive lejos, no la puedo culpar por no estar pendiente porque la reconoció solo a los 20 años, le dio el apellido por una demanda que ella hizo. Solo quiero que mi papá pueda recibir ayuda, más que todo psicológica, y después lo que surja. Yo quería una intervención como en los programas estadounidenses, pero me da miedo que eso también lo afecte en su salud, que ya no me hable. Se comportó como una porquería a veces, pero por la negación de él, por no querer afrontar el problema«, lamentó.
Dijo que el único acompañamiento que logró fue una visita epidemiológica a través de la alcaldía local, que lo contactaron de la unidad de pensionados del Ejército, pero que no pudo hallar una ayuda concreta al problema.
«Mi papá jamás me abandonó a mí, y yo no quiero abandonarlo ahora en esta situación. Quería hacer esto, quería estar estable primero yo. Necesito estar estable psicológica y laboralmente para ayudarlo, pero con la pandemia es más complicado, tenía que esperar, y por eso decidí actuar, no sé esta publicación cómo va a ayudar a mi papá«, concluyó su relato el joven.
Fuente: La Nación / EL TIEMPO/GDA
Septiembre 5 de 2020