Álvaro Uribe y lo digo categóricamente, no es un héroe. Tampoco es un preso político. Álvaro Uribe es el resultado de su odio y de su ambición. Para mí es un ser oscuro que ha desperdiciado su vida acumulando dinero, privilegios, poder, votos, fanáticos, mala fama y procesos judiciales. Algunas fuentes dicen que más de 200 y no dudo que, en algún momento se haya reído de ellos. Se sentía tan intocable, tan inimputable, tan innombrable, tan poderoso y tan dueño y controlador de todas las situaciones, que jamás imaginó que un día la justicia tocaría a su puerta.
Alguna vez dije que “no por no ser condenada, una persona era necesariamente inocente”. Esa máxima aplica perfectamente en su caso. Durante 40 años, después de su paso por la Aeronáutica Civil, la Alcaldía de Medellín, la Gobernación de Antioquia, el Congreso de la República y dos veces la Presidencia, Álvaro Uribe ha sido señalado y denunciado por múltiples delitos. Si no ha sido condenado por alguno de tantos no es necesariamente, porque, sea inocente. La mayoría de denuncias precluyen, otras se quedan durmiendo en los estantes de un juez cobarde, cómplice o ineficiente como la Comisión de Acusaciones, otras se archivan porque los testigos desaparecen o porque al final cambian su versión.
No obstante todas las denuncias en su contra, sus adeptos lo adoran y lo tildan de héroe y la gran prensa nacional le lava la imagen permanentemente. Muchos creen firmemente en que los llamados de la justicia son mera persecución. Incluso un expresidente que en el pasado se había referido a él como paramilitar se mostró indignado con su detención.
Repito. No creo que Uribe sea un héroe. Los héroes protegen al débil, combaten al villano, están del lado de las víctimas, son solidarios, dan buen ejemplo de vida y Uribe es todo lo contrario. No es una percepción subjetiva. Lo deduzco de sus actuaciones, de sus frases incendiarias, de sus dichos antipáticos, de su manera de manipular a la ciudadanía, de las palabras que les dijo a las madres de Soacha en medio de su dolor; de la forma como trató de arruinar la vida de varios contradictores suyos con montajes perversos; de cómo trata a los defensores de Derechos Humanos; de su forma de utilizar a su gente y llevarla al matadero para salvarse, de lo poco que le importan los páramos, los ríos y los bosques de este país.
En fin, demostraré en dos casos que este personaje no es un héroe sino un villano.
Caso 1. Eudaldo Díaz era un hombre honesto, bueno, luchador. Era el alcalde de El Roble, Sucre, para entonces, un pueblo tomado por el paramilitarismo. Alias Cadena, el líder las AUC en la zona, le exigió que le entregara el presupuesto de la salud de su municipio, pero él se opuso. ¿Cómo entregar la salud de quienes votaron por él a una recua de narcotraficantes y delincuentes? Eudaldo sabía que desobedecer a Cadena le podía significar la vida. Primero la muerte política y este asesinato moral llegó de la mano de la Procuraduría que lo suspendió de su cargo por negarse a cumplir las órdenes de los paramilitares que lo controlaban todo. Tenían Presidente, tenían Gobernador, procuradores, fiscales, policía secreta (cualquier parecido con la actualidad es pura coincidencia). Entonces ¿cómo podía un “alcalducho” de un pueblo miserable, desobedecerlos?
Las amenazas no se demoraron mucho. Ya acorralado, el pobre Eudaldo aprovechó una visita del Presidente de la República a Corozal, Sucre, y se sentó entre los asistentes al Consejo Comunitario Número 17, que encabezó Álvaro Uribe un 1 de febrero de 2003. Al lado, a la derecha de Uribe, estaba sentado Salvador Arana, el Gobernador del Departamento y luego estaba el Coronel Norman León Arango, excomandante de la Policía de Sucre a quien apodaban “El comandante Sancocho”, porque se la pasaba comiendo sancocho con Rodrigo Mercado alias “Cadena” en la finca El palmar, centro de operaciones del grupo paramilitar “Héroes de los Montes de María”. Sin saber que estaba metido en la cueva del lobo, Eudaldo esperó el momento para tomar la palabra y cuando se la dieron, se levantó con gran valor civil y se paró frente al Presidente con micrófono en mano a contarle lo que estaba pasando. Muy cerca del Alcalde del Roble y mirándolo con desdén estaban el Senador Álvaro «el Gordo» García y otro par de parapolíticos.
Con mucha valentía y claridad, el Alcalde de El Roble le dijo a Uribe que la clase política de su Departamento era corrupta y que la corrupción le hacía más daño al país que las mismas guerrillas y los mismos grupos paramilitares. Luego denunció una práctica que, sin saberlo, se repetiría una década después en la persona de Gustavo Petro: “No es justo que un Alcalde elegido popularmente, se le suspenda de la forma más miserable que lo han hecho conmigo”. A continuación, repitió varias veces y con notable angustia en su mirada y en su voz, que por eso lo iban a matar: “A mí me van a matar, Presidente a mí me van a matar”, le decía.
El presidente lo interrumpió para decirle que tomarían cartas en el asunto y encomendó a un par de funcionarios para que le hicieran seguimiento a sus denuncias. El 10 de abril de 2003, dos meses y una semana después, Eudaldo fue secuestrado, torturado y asesinado por desafiar el poder mafioso de Colombia. Apareció en posición de crucifixión en la vía que de Sincelejo conduce a Sampués en un lugar llamado la Boca del zorro. Tenía su credencial de Alcalde colgada de la cabeza. El héroe no lo salvó de los villanos como hacen los héroes. Lo dejó a la deriva y señalado para que los denunciados cobraran venganza.
Tiempo después se supo que el Gobernador Salvador Arana había sido el determinador de su secuestro y posterior asesinato. Como premio, Álvaro Uribe lo designó Embajador en Chile para que este pudiera eludir la justicia. Un héroe no hace eso. Un héroe ayuda a que se esclarezca el crimen del Alcalde y condena el hecho. Pero no. El héroe quiso proteger al villano, nombrándolo en un cargo diplomático mientras la familia del Alcalde lloraba a su muerto.
Sin embargo, la vida no se queda con nada y casi todos los miembros de la mesa de honor de aquel consejo comunitario están judicializados. Hoy Arana está purgando una condena a 40 años, «El Gordo» García está condenado por la masacre de Macayepo, también a 40 años, el Coronel «Sancocho» fue procesado por la masacre de Chengue y Álvaro Uribe tiene detención domiciliaria por supuestamente torcer testimonios sobornando testigos a través de sus abogados.
Caso 2. Doña Luz Marina Bernal vivía en el barrio Eduardo Santos de Bogotá con su esposo y su primer hijo Jhon Smith. Habían llegado desde Turmequé, Boyacá en busca de mejor futuro para todos. Cuando esperaba a su segundo hijo, fue atropellada por un carro con cinco meses de embarazo. El golpe le desprendió el cerebro al niño por lo que los médicos no dudaron en desahuciarlo. A doña Luz Marina la enviaron a su casa a esperar a que el organismo expulsara el feto.
Pero ese niño, sin saberlo y sin quererlo tenía una misión en la vida. Por eso nació, contra todo pronóstico, a los seis meses de gestación. Lo bautizaron con el nombre de Fair Leonardo. Su crecimiento fue difícil. A los tres meses de edad sufrió una meningitis que lo mantuvo por casi ocho meses en estado vegetal. Una junta médica del Hospital Militar lo volvió a desahuciar. Tenían que ponerle una válvula en el cerebro pero eso no garantizaba su recuperación. Podía quedar lesionado de por vida. Sin dinero para pagar la delicada cirugía, al niño lo desconectaron y se lo devolvieron a doña Luz Marina para que muriera en su casa.
Pero el bebé se negaba a morir. Así fue creciendo hasta que llegó a la edad escolar. Descubrieron que era un niño especial que no podía tomar el ritmo de las clases. No pudo apreder a leer ni a escribir pero sí a amar a las personas y a servirles. Se convirtió en un ángel del barrio que nunca se negaba a hacer un favor. No podía ver una señora cargando un canasto o una bolsa con mercado porque enseguida corría a ayudarla. Cuidaba a los niños, a los animales, ayudaba en campañas cívicas y nunca fue interesado. Ni siquiera sabía cuánto costaba el dinero. Doña Luz Marina le ahorraba las propinas que recibía para comprarle los zapatos o la ropa. Con mucha dificultad, el niño milagro llegó a la edad adulta, con el brazo izquierdo inválido y con la mente de un niño de 8 años. Sin embargo, como estamos en Macondo, sus limitaciones físicas y mentales, no fueron obstáculo para que Fair Leonardo, promediando el segundo gobierno de Alvaro Uribe, el héroe, se convirtiera en un peligroso cabecilla de un frente del ELN.
¿Cómo pudo pasar algo así?
Un día el esposo de doña Luz Marina, que se desempeñaba como conductor de camión, le pidió a ella que lo acompañara a la Registraduría a sacar su cédula porque la había perdido en su último viaje. A la mañana siguiente, un 8 de enero de 2008, los esposos salieron de su casa con rumbo a la Registraduría y a la Secretaría de Tránsito, pues también había perdido al licencia. Los trámites les absorbieron el día entero. Al llegar a casa, a eso de las 7 de la noche notaron que sus hijos no estaban. Para entonces ya eran cuatro. Tres hombres y una señorita.
Los empezaron a ubicar por celular y aparecieron todos, menos Fair Leonardo. Su celular estaba apagado. Llamaron a todos sus familiares. Fue una noche larga y angustiosa porque Fair jamás se quedaba por fuera de la casa. Al día siguiente, fueron a la policía pero no les aceptaron la denuncia porque no habían pasado las 72 horas famosas de rigor. No hicieron falta. Fair nunca volvió a aparecer.
Doña Luz Marina nunca más pudo volver a sonreir. Se pasaba las noches en vela tejiendo hipótesis, llorando. Uno de sus hermanos, tío de Fair murió de pena moral por la desaparición del chico.
La vida para todos en esa familia casi que terminó. Sin embargo la madre nunca se resignó y lo buscó en cada rincón de la ciudad. Los hermanos de Fair se disfrazaron de indigentes para buscarlos en el Bronx y otras ollas de la gran urbe. No hubo un solo lunes en que Luz Marina no se enfrentara con los álbumes de NNs de Medicina Legal. Pero nada. A Fair Leonardo se lo tragó la tierra.
Hasta que una mañana, un vecino les contó que el sobrino de su esposa había aparecido muerto en Ocaña y aseguró que a él le habían contado que en la morgue de esa ciudad había otros muchachos de Soacha. Sin pensarlo, la atribulada madre hizo una colecta y viajó a Ocaña con su esposo y su hijo menor. Al enterarse que ellos eran los padres de Fair Leonardo, un fiscal les preguntó en tono de reclamo si ellos eran los familiares del “narcoterrorista” Fair Leonardo Porras. Mi hijo no es un narcoterrorista, señor, respete, le increpó doña Luz Marina, pero el Fiscal no le creyó. Para justificar su reclamo le mostró las fotos. En una de ellas el ángel del barrio, el adulto con mente de niño, aparecía con una pistola 9 milímiteros en su mano derecha y estaba vestido con uniforme de guerrillero. En las demás fotos estaba su rostro desfigurado por dos impactos de fusil sobre su cara. Otros 11 tiros estaban distribuidos por todo su cuerpo. La fusilada había sido inmisericorde. Fair Leonardo quedó con los ojos abiertos y su mirada asustada, aterrada, inocente a la vez, nunca más se borró de la mente de sus padres. Su vil asesinato y en esas circunstancias tan oscuras les quebró la humanidad a sus papás.
Tuvieron que endeudarse para pagar los 15 millones del traslado del cuerpo. Pero lo más terrible, empezar a demostrar que Fair no era un narcoterrorista, que era un jóven con limitaciones mentales para que le borraran el alias de los expedientes. Y estaban en ese trance, vueltos mierda por el dolor, por la injusticia, por la rabia que les daba que Fair Leonardo hubiera sobrevivido a tantas vicisitudes para que se lo vinieran a matar, quién sabe con qué interés, cuando escucharon por primera vez las palabras “Falso Positivo”. Otras madres de Soacha que habían sufrido la misma tragedia se fueron juntando, fueron contándose las penas y se organizaron para exigir al gobierno del héroe Uribe una explicación. Y todo lo que obtuvieron del héroe, que no las defendió, que no se condolió de su dolor, que no desenfundó sus poderes para hacer brillar la justicia, fue una frase lapidaria con la que todas sintieron que sus hijos estaban siendo acribillados de nuevo: “No estarían recogiendo café”, les dijo. El héroe le dio a entender al país, que a esos jóvenes de Soacha, inocentes todos, acribillados cobardemente y a sangre fría, para mostrarlos a la prensa como un nuevo triunfo contra la guerrilla, los habían matado por malandros.
Me perdonarán pero eso no es un héroe. Eso… Eso tiene otro nombre.
Podría ilustrar decenas de casos más para demostrar que el Vicepresidente de los Estados Unidos está equivocado cuando tildan a este hombre de héroe. Por ejemplo, el del Profesor Alfredo Correa de Andreis. Ingeniero Agrónomo, Sociólogo con Maestría en Educación de la Universidad de París y quien adelantaba una investigación sobre el desplazamiento forzado de campesinos en los Departamentos de Atlántico y Bolívar. Pues este valioso hombre fue víctima de un montaje judicial por parte del DAS. Le allanaron su vivienda, lo acusaron injustamente con testigos falsos, lo tildaron de ideólogo de las FARC y lo metieron a la cárcel. Desde allí escribió dos cartas al Súper Uribe pero el héroe no las respondió. Alegó que no le habían llegado cuando las dos misivas tenían el sello de “recibidas” por parte de la Secretaría de la Presidencia. En ellas, el Profesor le pedía que intercediera ante el Director del DAS, Jorge Noguera, nombrado por Uribe, para que revisara su caso. Le suplicó que le ayudara, le juró que no era un subversivo, mandó pruebas de su inocencia y nada. Al poco tiempo, el 17 de septiembre de 2004, el Profesor Correa de Andreis fue asesinado junto con su escolta.
Todas las pruebas apuntaban hacia el Director del DAS, Jorge Noguera, nombrado por el Héroe Uribe. Para salvarlo del escándalo, tal como hizo con Salvador Arana, lo envió como cónsul a Milán, Italia. Una vez más, el héroe no defendió a la víctima, no. Defendió al asesino. Dijo de él que era “un buen muchacho”.
Pues el buen muchacho está condenado a 25 años por el asesinato del Profesor Correa de Andreis y siete años más por persecución de periodistas, magistrados de la Corte Suprema, sindicalistas y opositores al héroe, Álvaro Uribe Vélez.
Suficiente ilustración. El héroe queda “perfilado”. Queda claro su espíritu malo, podrido, vengativo, odioso, cómplice, queda probado que es una mala persona. La justicia dirá si es un criminal.
Por lo pronto la extensa providencia de 1.554 páginas por medio de la cual se le dicta medida de aseguramiento por manipulación de testigos y cohecho, dice que “la prueba indiciaria es abundante, clara, inequívoca y concluyente de su condición de determinador de las conductas punibles”.
La Corte Suprema de Justicia fallará en derecho sin dejarse presionar por ese país fanático y ciego que se levanta por el encarcelamiento del héroe. Ese otro país que se ha beneficiado de su odio, de su guerra, de sus licencias, sus contratos y de su injusticia tributaria. Ojalá los magistrados, y no tengo duda que lo harán, le den al héroe todas las garantías procesales y lo juzguen sin consideraciones políticas.
Aunque un fallo definitivo en su contra lo convertirá en un mártir y eso puede incidir en la resurrección de su partido, no importa. Con la foto que publicó y su coronavirus exprés, dejan claro que aprovecharán la circunstancia para victimizarse y sacar réditos electorales. ¿O por qué no impugnaron el fallo? Pues porque les conviene. En el Uberrimo estaba encerrado hace cuatro meses por la pandemia. Luego la sensación es meramente política y psicológica.
De modo que, aunque se aprovechen de la situación y hábilmente la capitalicen a su favor convirtiendo al héroe en mártir, tienen que acostumbrarse a acatar las decisiones de la justicia, desde el mismo presidente Duque hacia abajo, porque vienen procesos más complicados y difíciles como los juicios que deberá enfrentar por las masacres del Aro y la Granja y por el asesinato del defensor de Derechos Humanos José María Valle. También el juicio que se le sigue a su hermano por asesinato y conformación de grupos paramilitares.
Lo que tenga que venir, que venga. Pero basta ya de miedo. El temor a las consecuencias y a las amenazas de hordas de fanáticos no nos puede arrinconar de nuevo, como lo estuvimos durante 40 años. Si Uribe quiere ser un héroe de verdad, debe pedir perdón y contar muchas verdades que le hacen falta a este país para alcanzar la reconciliación.
Si es inocente que salga a disfrutar en paz sus últimos años. Si es culpable que vaya a la JEP y cuente la verdad. Por ello le aconsejamos detener sus intentos de destruirla. En algún momento podría convertirse en su salvavidas.
Fuente: Los Gustavos
* Las opiniones expresadas en este artículo de opinión son del autor y no de SOACHA ILUSTRADA.