Molano revivió, después de 112 años, la pena de muerte en Colombia, ahora sin derecho a la defensa, presunción de inocencia y al debido proceso.
Nadie es perfecto, ni siquiera el presidente. Escuché el discurso de Iván Duque, instalando el nuevo Congreso de la República y entregando balance final de su mandato, como jinete de este díscolo país, dejando en claro que no es lo mismo gobernar a Dinamarca que a Cundinamarca.
A Iván le faltó humildad y le sobraron auto elegíos, enmarcados en cifras estadísticas, menú de sabios, intentando demostrar lo indemostrable sobre todo para las amas de casa que no logran estirar más los centavitos en medio de la insaciable corrupción, atracos, asesinatos, quienes interpretaron las palabras de Duque como despiadada mamadera de gallo.
En mi caso, sin sesgo político, solo como ciudadano, Pediatra, educador, padre de familia y cuatro veces abuelo, me hubiese gustado que, en su rendición de cuentas, el joven mandatario suplicara perdón por el apocalipsis de su ministro de Defensa, Diego Molano, quién asesinó, a mansalva y sobre seguro, a 11 menores de edad, retenidos en campamentos guerrilleros de la selva del Vichada.
Molano revivió, después de 112 años, la pena de muerte en Colombia, ahora sin derecho a la defensa, presunción de inocencia y al debido proceso.
Sus vidas, sueños y buen nombre en átomos volando después de la orden perentoria, con el mismo ADN de los ‘falsos positivos’ de los jóvenes de Soacha: “No son niños, sino máquinas de guerra. ¡Acábenlos!”.
Molano Aponte, autor de estos crimines imprescriptibles de lesa humanidad, paradójicamente se desempeñó, como director ICBF, volvió flecos derechos fundamentales de los menores de edad, consagrados en nuestra Carta Magna, reforzados por el Artículo 44, importándole un bledo la ley 1098 del 2006, el Decreto 136 del 2004, Ley 765 del 2002, Ley 679 del 2001, así como la Convención sobre los Derechos del Niño (Unicef) y tratados y convenios internacionales que exigen protegerlos, sin discriminación alguna.
Pero nada detuvo la orden de Molano: “¡Acábenlos!”. Ojalá sea capaz de responder esta ingenua preguntica: “Si entre los niños y jóvenes del campamento guerrillero, estuviesen sus hijos o los del presidente Duque, ¿usted culminaría el feroz operativo?”.
Ángeles con las alas rotas, víctimas del reclutamiento forzado a la salida de colegios o arrebatados a sus madres, convertidos, por obra y desgracia de Molano, en perversos victimarios, auténticas ‘máquinas de guerra’. ¡Válgame Díos!
Sin duda, en su despedida, Iván Duque nos quedó debiendo las palabras PERDÓN y MISERICORDIA, pero ellas jamás anidan en el diccionario del Olimpo presidencial.
Fuente: El Heraldo
*Las opiniones expresadas en este artículo de opinión son del autor y no de SOACHA ILUSTRADA.