El dolor colectivo que embarga a una generación de luchadores y luchadoras sociales del municipio de Suacha, puede reflejar, en gran parte, quien era Klaus Stiven Zapata Castañeda.
Por Heiner Gaitán Parra
Cuando lo conocimos, por intermedio de algunos amigos estudiantes de Comunicación Social de la Uniminuto, Klaus ya era un inquieto realizador audiovisual: había participado en iniciativas del proceso popular ‘Ojo al sancocho‘ y ya despuntaba su interés en hacer de la comunicación una herramienta crítica de articulación social. Ya es bien conocida su participación, junto a sus compañeros, haciendo humor crítico, en «El Rejo«, programa mordaz donde se analizaba la situación política del país y el municipio; o comentando una que otra película en «hablemos de cine», iniciativa de uno de sus docentes, seguramente del que más admiró, quien más allá de las categorizaciones que muchos le hemos dado a la vida de Klaus, apuntó en definirlo como una persona tierna.
Pero no se quedó ahí; junto a su cámara registró la cotidianidad del municipio de Suacha, en especial de la comuna uno. La vergonzante minería, la corrupción administrativa, el microtráfico fueron los temas de sus preocupaciones sociales, de ello puede dar fe su extenso legado audiovisual. No hubo producción suya que dejara por fuera su alta conciencia social y su identidad por el territorio.
Como dato curioso, de pronto de lo poco que no se ha hablado. A expensas de un grupo de artistas de su barrio (3 punto 3; Pana; Jokysam y Esptia Und) produjo el videoclip de la canción «Déjela sonar«. Dicha canción, hoy por hoy, es un verdadero himno del hip-hop, el vídeo supera las ocho millones de reproducciones en youtube.
En lo personal, aunque lo distinguía desde el 2013, me correspondió participar en sus últimos ocho meses de vida. Las preocupaciones sociales que registró con su cámara, su participación en la Escuela de Derechos Humanos del CPDH, que organizamos con la extinta Red Juvenil; y su papel en la campaña electoral del 2015, donde apoyamos al concejo municipal a uno de sus amigos de la Uniminuto, inscrito en la lista de la Unión Patriótica, lo llevaron a aceptar la propuesta que le hice de enfilarse en la Juventud Comunista. Me correspondió, entonces, participar a modo de tutor en su escuela política de premilitancia, en la cual estaría con otros tantos y tantas compañeras dispuestas a hacer parte de dicha organización juvenil.
Como anécdota puedo anotar: a mediados de enero falleció la madre de uno de nuestros compañeros del partido. Nos reunimos para asistir a las exequias, cuando nos informaron que las honras fúnebres serían fuera de Bogotá nos reunimos en la casa de uno de los camaradas de la JUCO. Allí, mientras cada uno y una, atendía una responsabilidad con el almuerzo colectivo, Klaus hizo algo que me llamó la atención y me marcaría: pidió la clave del wifi y se comunicó vía skype con don Arturo, su papá. No había nada urgente que decirle, le habló para expresarle su querer y comentarle asuntos que, a ojos de cualquiera, no se le cuentan a los padres.
Una vez culminado su ingreso a la JUCO, a Klaus, dados su amplios conocimientos en comunicaciones, se le asignó la responsabilidad de ser lo que internamente se denomina el Agitador y Propaganda (Agipro) de la organización. De igual forma, en la histórica asamblea de la Red Juvenil del 22 de febrero del 2016, se postuló para dirigir el equipo de comunicaciones de ese escenario amplio. Con lo anterior arrancaba, propiamente, el proceso de crecimiento político de nuestro compañero.
Fotografía: Kicho Cubillos
Lastimosamente, días después de aquella asamblea de la Red Juvenil, cayó asesinado al terminar de jugar un partido de ‘micro‘. Cayó el mismo día en que Aliro Uribe recorrió la vereda San Jorge en Suacha; y Eleázar González, junto a la CAR, se comprometieron ante el parlamentario a realizar una Audiencia Pública para revisar las licencias mineras en zona de páramo.
En la mañana de su asesinato, junto a otro compañero de la Red Juvenil, tuvimos la amarga fortuna de verlo por última vez. Se encontraba al frente de la alcaldía esperando el inicio de una capacitación para recoger información de lo que sería la construcción del Plan de Gobierno de la actual administración. No olvidaré que iba en jean y llevaba un saco entre rojo y naranja. No eran más de las 8:30 am de aquél fatídico 6 de marzo.
Fotografía: Kicho Cubillos
Lo que continua ya es de público conocimiento, se ha dicho mucho sobre sus honras fúnebres, la presión que infringieron agentes de la gran prensa nacional, y el shock emocional que significó para un puñado de jóvenes el perder uno de los suyos. Ante eso sólo puedo decir que nadie, nunca, está preparado para vivir y asumir tan fatal realidad. Hicimos lo que consideramos correcto. Si nos equivocamos fue partiendo de la buena fe.
Nadie es dueño de la memoria de Klaus; ella no sólo pertenece a quienes lo conocieron y lloraron, o a quienes compartieron algún ángulo de sus múltiples facetas. Nada de eso. La memoria de Klaus pertenece a esta generación, la misma que salió el 5 de octubre indignada ante la derrota en el plebiscito y puso la solución política otra vez en el centro de la atención nacional, más cuando los chulos de la guerra, aupados por su triunfo del 2 de octubre, volvían a hablar de bombardeos, odios y exclusión del diferente.
Hoy y siempre ¡Klaus, vive!