Gustavo Petro: «En Colombia se acaba una guerra, pero no empieza la paz»

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El ex alcalde de Bogotá Gustavo Petro, fue invitado por la Fundación Rosa Luxemburgo y el Centro de Estudios y Acción por la Igualdad (Ceapi), a participar en el Primer Seminario sobre Extractivismo Urbano, evento realizado en la ciudad de Buenos Aires.

Durante su visita concedió una entrevista al diario LA NACION, en la que mostró su escepticismo respecto a las negociaciones que se realizan en La Habana entre el Gobierno Colombiano y las guerrillas de las Farc.

-La mayoría de los colombianos se opone a los acuerdos que se están alcanzando en La Habana con la guerrilla, pero también una mayoría respalda la firma de la paz. ¿Por qué esta paradoja?

-Se trata de negociaciones con poca sustancia respecto de los temas que dieron origen a la lucha de las FARC, una guerrilla rural vinculada al problema de la distribución de la tierra. Unos pocos terratenientes dominan la mayor parte del país y dejan a los colonos relegados a tierras infértiles. Por otra parte, ahora se trata de narcomegahacendados. Mientras un terrateniente tradicional tenía 1000 o 2000 hectáreas, los capos del narcotráfico poseen hoy hasta un millón de hectáreas, que además son improductivas porque sólo las compran para blanquear dinero.

-Sin embargo, el tema de la lucha contra el narcotráfico no estuvo ausente de los acuerdos. De hecho se trata de uno de los puntos ya pactados?

-¡Pero es sólo una enunciación de principios! Si no hay una política concreta para desarmar ese poder mafioso, no se va a la cuestión de fondo. ¿Adónde va a ir el guerrillero raso de las FARC cuando deje las armas? Su destino es caer en manos de esas mafias que lo van a cooptar para aprovechar su conocimiento militar.

-¿Cómo enfrentar entonces el poder narco?

-Hasta los años 90 los narcos colombianos eran carteles comercializadores urbanos. Traían la coca de Bolivia y Perú, y la transportaban a Estados Unidos, y el lavado de dólares se hacía en los bancos panameños. Con la invasión norteamericana de Panamá el lavado comenzó a hacerse en Colombia, donde les resultó muy fácil comprar esas grandes haciendas improductivas. Por eso no hay pacificación posible si no se desarma la infraestructura sobre la que está basado ese poder.

-Usted tomó las armas en 1978 cuando apenas había salido de la escuela secundaria y luego se convirtió en el ex guerrillero más exitoso de la vida política colombiana. ¿Cuáles considera ahora los principales desafíos de las FARC para reinsertarse en la vida social y política?

-Nosotros éramos unos mil guerrilleros y la verdad es que no a todos nos fue igual. Sin embargo, la palabra «reinserción» es mentirosa porque la guerrilla rural no está «fuera» de su sociedad. En el caso de las FARC, fundadas en 1948, ya son tres generaciones, así que cuando no hay combates llevan una vida normal de campesinos en su pequeña parcela. Y ése es su mundo social. Entonces ese guerrillero que está hoy en su pequeña parcela va a seguir trabajando ahí, con el enorme riesgo de caer bajo control mafioso.

-¿Cómo compara la inminente firma de la paz con las FARC con el acuerdo del M19 con el gobierno en 1990?

-Uno debería buscar en Colombia una era de paz, algo que sea sostenible en el tiempo. En la sociedad colombiana hemos perdido la memoria de lo que es vivir en paz. Ni siquiera lo que firmamos en los 90 instituyó una era de paz. Aquel acuerdo llevó a una nueva Constitución en 1991, cuyos efectos se sienten hoy, pero más que nada en la democratización de las grandes ciudades, como Bogotá. Pero el campo sigue igual.

-¿Y entonces qué esperanzas hay de esa «era de paz»?

-Un falso optimismo puede llevarnos a una frustración grande. Hay un enorme vacío en lo que llaman «proceso de paz». Se acaba una guerra, pero no empieza la paz. Quedan por resolver los grandes temas que no son cuestiones a negociar entre las FARC y el gobierno, sino en la gran mesa nacional.

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