Por Mariza Bafile ·@MBAFILE
Con el hashtag #ElÚltimoDíaDeLaGuerra enviado a través de su cuenta de Twitter, Carlos Antonio Lozada, comandante de la línea dura de las FARC, negociador por cuenta de la guerrilla en el proceso de paz colombiano, se adelantó a la información que pronto inundaría los media de la región: El proceso de paz en Colombia está a punto de concluir.
Terminan así más de cincuenta años de una guerra despiadada, cruenta, que ha destrozado millones de hogares dejando una estela de muertos, desaparecidos, y desplazados. Durante largos años marcados por una violencia sin piedad, desbordada, que ha permitido el pisoteo de todos los derechos humanos, las víctimas, en su mayoría civiles, han tenido que sufrir los abusos de la guerrilla, de los paramilitares y de los agentes del Estado.
Las negociaciones que empezaron en Oslo y se desarrollaron principalmente en La Habana, concluyen con un acuerdo cuyo documento definitivo será firmado en Colombia y que deberá ser aprobado por un plebiscito.
Si bien era claro que ya nadie se beneficiaba del conflicto armado, el camino hacia este histórico momento no ha sido nada fácil, y su feliz desenlace en absoluto descontado. Los negociadores de ambos lados así como los facilitadores se movieron con el cuidado de jugadores de ajedrez para sortear miedos y desconfianzas cuyas raíces remontan a los muchos intentos fallidos del pasado. Si por un lado las FARC temían por la seguridad personal de su gente, sobre todo a raíz de un aparente recrudecimiento del fenómeno paramilitar, por el otro el Gobierno estaba preocupado por la forma y el tiempo en que se desarrollaría la entrega de las armas por parte de las fuerzas guerrilleras y su posterior incorporación a la vida civil.
Hace solamente pocas semanas, en el mes de marzo, una nueva parálisis en el proceso de las conversaciones, esfumó la esperanza de lograr la firma del acuerdo el 23 de ese mes, como muchos habían anunciado y otros tantos esperaban.
Todos los temas que se discutieron en estos largos meses fueron complejos y delicados. Poco a poco se lograron los primeros acuerdos, por ejemplo en el sector agrario que prevé la creación de un banco de tierras, la formalización de los títulos de propiedad de los campesinos y la realización de programas ambiciosos de infraestructura y desarrollo rural al fin de garantizar salud y educación a quienes viven en el campo. Igualmente importantes y delicados los otros temas que se referían a la participación de los guerrilleros en la vida política, a la erradicación de cultivos ilícitos, a la entrega de las armas, al reconocimiento y reparación de las casi ocho millones de víctimas que ha dejado el conflicto, y, el más delicado de todos, al de la justicia, que requiere la búsqueda de un punto de equilibrio entre justicia y paz.
Finalmente entre muchos altibajos, pasos hacia adelante y hacia atrás, se ha logrado un consenso compartido en cada uno de los puntos en cuestión. En lo que se refiere a la entrega de las armas tocará a la ONU recibirlas en su totalidad y en un plazo de 180 días. Para que esto ocurra se van a ubicar 23 zonas de normalización donde se movilizarán las FARC cuya seguridad estará garantizada por parte de la Fuerza Pública. De las zonas podrán salir algunos guerrilleros para llevar adelante tareas relacionadas con la implementación del proceso de paz y tras el monitoreo del gobierno colombiano y de la ONU. El cese al fuego que pondrá definitivamente fin al conflicto se llevará adelante con un proceso que también será verificado por Naciones Unidas junto con delegados de las FARC y del Gobierno nacional.
Se cerrará así una etapa muy dolorosa que durante más de cinco décadas ha enlutado a casi todo el territorio nacional y que ya no podía sostener una guerrilla militarmente debilitada, falta de apoyos internacionales tras el acercamiento entre Cuba y los Estados Unidos y el declino del chavismo y corroída internamente por el poder de corrupción del narcotráfico.
El fin de esta pesadilla abre sin duda nuevas y muy promisorias posibilidades de desarrollo para Colombia, un país que tiene muchos recursos humanos y naturales para crecer, pero el posconflicto también será un recorrido accidentado y difícil.
Apartar los odios y los rencores, sanar las heridas, reconstruir un país, será una tarea que requerirá del empeño tanto de la política como de la sociedad civil. Muchos los males que habrá que resolver para evitar el resurgimiento de nuevos grupos armados y lograr que también el ELN, segunda fuerza guerrillera, deponga las armas. Difícil también se prevé el camino, de las armas a la política, que quieren transitar los miembros de las FARC, considerando el rechazo que causan entre la mayoría de la población. El mejor antídoto contra la violencia será trabajar sin descanso para disminuir las asimetrías regionales, las diferencias sociales y para lograr una mayor justicia y la consolidación de la democracia.
Fuente: viceversa