En lugar de haber aprendido algo de lo que significó el estallido social, y ese entusiasmo que se produjo con el triunfo indiscutido del progresismo, la extrema derecha, y los grupos de poder económico, sacaron bajo la manga sus alfiles tenebrosos, los medios de comunicación corporativos, con periodistas coactados con dinero y privilegios que nos cayeron encima con su agenda preestablecida para limpiar el traje de los poderosos y los criminales.
No hay ninguna duda: el ayer del orgulloso sistema democrático de que tanto se jactaban los grandes medios de comunicación hoy está completo desprestigiado, la corrupción, la falta de ética y el voraz apetito por el dinero fácil de los políticos, lo dejó en peligro de muerte y a merced del gran capital de los poderosos grupos económicos.
Pero debajo de esta no tan novedosa circunstancia, se mueve un espectro mayor, la extrema derecha, violenta y sin escrúpulos que para mantener su poder y sus privilegios se asoció a lo más despreciable de la sociedad: la mafia del narcotráfico, para no hablar del pasado con los grupos paramilitares. Esa unión entre política y mafia dejó entronizada una cultura traqueta del más vivo, el más fuerte y la ganancia fácil, que con una capacidad corrosiva debilitó los cimientos más profundos de la sociedad colombiana.
Así, no debe sonar exagerado advertir del desfondamiento acelerado de la sociedad, muy a pesar del obcecado negativismo y silencio de que hacen galas las dirigencias políticas, en y frente al Estado. Nunca se sabe en realidad qué piensa de esto la empresa privada o el gran capital, pero su mutis de la escena pública es lamentable y pernicioso.
No en todas las regiones colombianas esta situación se expresa de igual manera; en algunas regiones, como en el Cauca o en el Catatumbo, los nuevos señores de la guerra han impuesto la destrucción armada como rutina; en cambio en ciudades como Medellín, Cali, Barranquilla y Bogotá, cunde el desasosiego en la capa de la sociedad más pobre y trabajadora y marcha el ascenso de los autoritarismos más rupestres y corruptos, en tanto que se expande la violencia criminal y el microtráfico, sembrando miedo, terror y apropiándose de calles, parques y territorios enteros.
La extrema derecha implantó un sistema donde reina el insulto y el invento infame, por lo que la violencia se entroniza como lenguaje principal, casi único, en regiones enteras con el beneplácito cómplice de los medios de comunicación corporativos. El “no pasa nada” de los gobiernos de Uribe, Santos y Duque, se pasó a la denuncia criminal, a la calumnia y al anunció de catástrofes, buscando exacerbar el miedo de la gente y lograr réditos políticos.
Llegamos al tiempo de aventureros, demagogos y arribistas, todos a una como en Fuenteovejuna tras el poder, envalentonados por el nuevo ascenso de Donald Trump al poder del país más poderoso del mundo y de pústulas como Javier Milei en Argentina.
A un lado queda la amenaza del cambio climático y los peligros y las carencias múltiples que ocasiona en un mundo en acelerada transformación, sin coordenadas de navegación ciertas y coherentes. De la anomia al desorden y sin puertos de alivio a la vista. Todo el poder para el poder, como se presagia al escuchar los discursos agoreros de la derecha radical desde las tribunas.
Ante el desierto de estadistas, se hace más evidente la crisis de liderazgos, donde reinan politiqueros con fortunas de dudosa procedencia y supuestamente responsables y formados en la experiencia de gobernar, a los que le siguen unos dirigentes postizos que más bien semejan a payasos y domadores de circo.
A esta crisis multidimensional de liderazgos se asocia groseramente un quebranto institucional, en donde los congresistas se disputan el más alto grado de desprestigio con las altas cortes, procuraduría, fiscalía y contraloría, todas permeadas por fines oscuros.
En lugar de haber aprendido algo de lo que significó el estallido social, y ese entusiasmo que se produjo con el triunfo indiscutido del progresismo, la extrema derecha, y los grupos de poder económico, sacaron bajo la manga sus alfiles tenebrosos, los medios de comunicación corporativos, con periodistas coactados con dinero y privilegios que nos cayeron encima con su agenda preestablecida para limpiar el traje de los poderosos y los criminales.
A contracorriente del sentido común, no reflexionamos con seriedad ni con rigor sobre lo que puede pasar en el 2026, y lo más lamentable, que queda la desazón y la desesperanza que no se pudo reformar el sistema, reparar sus injusticias e inequidades, y que quedó para la historia la búsqueda y recuperación de un Estado rector promotor del crecimiento y bienestar.
La contrarreforma que se presiente que viene con sus múltiples políticas, traerá la acostumbrada reproducción de precariedades laborales y el debilitamiento progresivo de la cooperación y la cohesión social. Todo esto, se traducirá en más desigualdad, pobreza inconmovible, aguda concentración de los ingresos en unos pocos y la exacerbación de la violencia, una vez, la extrema derecha vuelva al poder esta vez constituidos por los votos de una parte del pueblo, que convencido, engañado o desinformado se convierte en Caín de su propio pueblo.
Habrá pues que andar con cuidado y cuidar que nuestros verdaderos líderes no se desmadren, y que afronten con firmeza sus obligaciones y ejecutorias en lo que resta del gobierno de Gustavo Petro, sin bravatas ni personalismos, donde se debe aunar esfuerzos en buscar entendimientos mutuos en sintonía con la movilización social y logrando cooperación genuina en acciones, políticas, promociones y diseños de estrategias para enfrentar ese monstruo que se avecina, la refundación de la patria que planea la ultraderecha.