Aprendí a escribir en una Olivetti vieja que era el único patrimonio de mi papá, tinterillo de profesión. De entonces para acá nunca he dejado de mover los dedos. Se los cuento porque hace 8 días no escribo y me resultó extrañó abrir el computador para contarles un tema que en los tres últimos años he tocado un par de veces para hablarles de mis dolencias. En líneas generales he sido de buena salud. Claro, teniendo en cuenta algunas cosas raras como que tengo una rodilla de titanio y que me dio zica. Pero ahí iba jineteando en la política, cuando en diciembre de 2013, comenzando mi enésima batalla electoral, me dio un infarto en un bello pueblito de Guanenta.
Me salvaron en el Hospital de El Socorro y en la magnífica Clínica Cardio-vascular, donde me colocaron el primer stent. Luego del susto averigüé que era eso y por qué, y supe que sufro, quien sabe desde cuándo, una enfermedad que se llama arterioesclerosis, que padecen muchas personas, sin saberlo. Le dicen la enfermedad silenciosa. Consiste en que las arterias se endurecen y se tapan. Estando así no entra sangre al corazón. Con el stent abren la arteria y pasa sangre. Me acordé de mi amigo el exministro Alfonso Gómez Gómez, quien decía que “la edad del hombre es la edad de sus arterias”.
La enfermedad se puede tratar con medicamentos, alimentándome sano y haciendo rehabilitación cardíaca. A eso me dediqué con la bella atención de Rosita, hijos y amigos. Pero hace tres meses sentí unas molestias y de urgencia me atendieron con excelencia en la Clínica Country. Las tres arterias coronarias estaban tapadas y me pusieron cuatro stent. Hace ocho días me atendieron de maravilla en la Clínica Santa Fe, para un tercer cateterismo y el panorama no fue alentador. Obligaba cirugía de corazón abierto, inmediatamente.
No les cuento de pensamientos y temores, pero les digo que estos gratos profesionales me pusieron tres puentes en el corazón y, como los otros, me salvaron la vida, en esta ocasión en una situación crítica. Pero falta la recuperación. Si no la hago, no habrá buenos resultados. Los médicos me orientan a que abandone toda labor diferente a curarme, por lo menos durante un mes. Las veces anteriores no lo hice, mea culpa. En palabras de amigos, me toca bajarme del caballo.
Se los pido “de todo corazón”. Un mes completo, sin excepciones, sin llamadas, sin escritos, sin internet, sin artículos, sin documentos, sin Directorio, sin giras, sin clases, sin gestiones, sin desayunos de trabajo, sin redes, sin réplicas ni debates, sin visitas, sin viajes, sin conferencias ni entrevistas.
No creo que sea mucho. Alcanzaré a reintegrarme para estar con la paz. Más de 5 veces he quedado como “las novias de Barranca”, pero esta si es. Ahí voy a estar y con esa dichosa reconciliación en la que todas y todos vamos a abrazarnos sin odios, para por fin comenzar gozar una Colombia diferente