Uno puede entender a los abstencionistas.
Consideran que todos los políticos son iguales, o que un voto más o un voto menos no hace ninguna diferencia, o viven situaciones tan marginales que ven las elecciones como un juego de personas acaudaladas en un país paralelo y remoto, y la política como algo incomprensible, incoherente, como explica con su vocecita chillona y cínica el Turbay de Pereira; un juego donde los votos son proporcionales a los prontuarios, como es el caso del candidato de Uribe, cuyo nombre se me escapa, un aparecido que rehúye sin rubor el debate, el único de la segunda vuelta; y un juego donde el fiscal puede ocultar información vital sobre las elecciones por el tiempo que él considere prudencial.
El voto en blanco resulta más difícil de entender, sobre todo en un país donde no alcanza al 2 % y en una vuelta en la que no tiene efectos legales. En los excandidatos, significa algo así: la chusma no eligió mi nombre: que se pudra. O: estoy exhausto, este juego me fatigó. Paso. Me voy al mar mientras termina esta joda de las elecciones. Sí, hablo de Fajardo. Su actitud es gavirista, es decir, incoherente porque su programa coincidía en puntos claves con el de Petro y estaba, moralmente, en las antípodas del CD.
El voto en blanco de Humberto de la Calle es el broche de popis con el que cierra su vida pública el último caballero de la política colombiana. Como no podía seguir meneando la cola detrás de Gaviria y votar CD, y como le da miedo votar por Petro porque lo regaña el amo, entonces se pone exquisito y vota en blanco, es decir, vota CD.
Porque votar en blanco es votar CD. Esto lo saben sujetos prepago como Gaviria, bobos hermosos y grises como Fajardo y perritos falderos como De la Calle.
Había un pacto firmado por las tres vicepresidentas: Clara López, Ángela Robledo y Claudia López, para evitar la catástrofe del triunfo de la “escombrera” del CD (el nombre lo puse yo y lo copió el facho de Osuna): el que pasara a segunda vuelta sería respaldado por los otros dos partidos. Lo firmaron con el visto bueno de los candidatos, y luego Fajardo decidió largarse a ver las ballenas justo en este momento, y De la Calle se puso tan elegante como Robledo, justo ahora, en lugar de haberlo hecho un mes atrás, cuando debió mandar al carajo el inútil cascarón de su partido.
Dando una lección de política y de carácter, Clara López y Claudia López respaldan a Petro. Entienden la magnitud de lo que está en juego el domingo. Saben el peligro que representa elegir a un aparecido del que solo sabemos que obedece órdenes de un sujeto del que sabemos demasiado. Saben que ningún país, ni siquiera Colombia, merece el estigma de ser manejado por el testaferro de un genocida, del íntimo de los Ochoa, de un hombre con 300 procesos penales abiertos; saben que Uribe viene por el resto, que sueña ser “presidente eterno”, como lo llama su mascota, la que baila, brinca y juega pelota (hijo del gobernador que protestó contra Uribe por otorgar las licencias de las narcopistas de don Pablo). Uribe le meterá candela a lo poco que dejaron en pie sus parapolíticos, silenciará a los que no alcanzaron a silenciar sus sicarios y prolongará la gran orgía de sangre 50 años más.
Estas tres mujeres esenciales y la Colombia sensata saben que de esa coalición de odios y torcidos de Uribe, Vargas, Gaviria, Pastrana, Andrade y Ordóñez, para no mencionar a los impresentables, como los de Opción Ciudadana, alias PIN, no saldrá un miligramo de sustancias benignas.
Incrementar el poder de Uribe es un suicidio, es darle la estocada final al país.
Esto es lo que se viene gracias a los exquisitos genios del voto en blanco.
Fuente: El Espectador