Guerra de Irak: tras la mentira, la violación del derecho internacional

La invasión estadounidense de Irak comenzó hace 20 años. Fue justificada por armas nucleares que nunca existieron y supuso un atropello a los derechos humanos y al derecho internacional.

La violencia mortal continúa, aun después de 20 años: solo en febrero de 2023, al menos 52 civiles murieron tiroteados, despedazados por bombas, en atentados en Irak. La violencia de hoy es un eco del ataque que comenzó la noche del 19 al 20 de marzo de 2003, cuando barcos estadounidenses dispararon 40 misiles contra el barrio gubernamental de Bagdad.

Militarmente, Irak no fue rival para la invasión a gran escala de la «coalición de voluntarios» de EE. UU., Gran Bretaña, Australia y Polonia. Al cabo de tres semanas, el brutal dictador  Sadam Hussein fue derrocado. Y seis semanas después del comienzo de la guerra, el 1 de mayo de 2003, un triunfante George W. Bush anunció el final de las principales operaciones de combate.

Para entonces, según un estudio del Ejército estadounidense, la coalición dirigida por Estados Unidos había lanzado exactamente 29.166 bombas. Y, según la respetada organización no gubernamental británica Iraq Body Count, más de 7.000 civiles habían perdido la vida. Una cifra que iba a aumentar enormemente: el número total de víctimas mortales de la guerra de Irak oscila entre 200.000 y un millón de personas, dependiendo de la estimación.

Violación del derecho internacional

Pero, por encima de todo, el ataque contra Irak supuso un “uso de la fuerza contrario al Derecho internacional, en violación del estatuto de la ONU”, como explica a DW el experto en derecho penal e internacional de Gotinga Kai Ambos. “La invasión de Irak no tenía ninguna base en una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. Aparte de eso, solo existe la posibilidad de justificar el uso de la fuerza mediante la legítima defensa, a través del artículo 51 del Estatuto de la ONU. Lo que obviamente no ocurrió en este caso”.

Alemania se había negado a participar en la guerra. Pero, al proporcionar bases y derechos de sobrevuelo a las tropas invasoras, Berlín estaba, en opinión de Ambos, “ayudando e instigando un acto contrario al derecho internacional”.

Tortura y crímenes de guerra

La reputación de EE. UU. se vio aún más dañada por los casos de crímenes de guerra y torturas. En la primavera de 2004, por ejemplo, el nombre de Abu Ghraib dio la vuelta al mundo: una prisión del horror que ya existía bajo el régimen de Sadam Husein. En aquel momento, las fotos mostraban cómo los soldados estadounidenses torturaban en aquellas dependencias.

Una y otra vez se produjeron masacres de la población civil. Como en Hadhita, donde los marines estadounidenses fusilaron a 24 civiles desarmados en 2005. O como en 2007, en la concurrida plaza Nisur de Bagdad, donde empleados de la fuerza mercenaria privada Blackwater dispararon indiscriminadamente con fusiles de asalto y ametralladoras contra una multitud, matando a 17 personas.

Los argumentos de la guerra se desmoronan

E.E. UU. había aducido dos razones para su operación de cambio de régimen: el supuesto peligro que suponían las armas iraquíes de destrucción masiva y los supuestos vínculos de Sadam Husein con Al Qaeda.

Nada de esto era cierto. No se encontraron armas de destrucción masiva en Irak tras la invasión. Y los indicios de las conexiones del dictador iraquí con los terroristas del 11 de septiembre, obtenidos bajo tortura, también resultaron ser falsos. Había una razón para la falsedad de los datos de inteligencia, explica el politólogo de Harvard Stephen Walt en una entrevista con DW: “Ya habían tomado la decisión y solo buscaban razones. No es que las decisiones se basaran en la inteligencia: manipulaban la inteligencia para justificar lo que ya habían decidido”.