El domingo 17 de noviembre de 1895, Harry Warner realizó la hazaña de atravesar caminando sobre una cuerda el abismo del salto del Tequendama.
Harry Warner nació en Toronto (Canadá) un 3 de enero de 1860, desde muy pequeño mostró grandes habilidades gimnásticas, destreza y valentía, por tal razón decidió hacerse equilibrista, quizás tratando de emular las hazañas de El Gran Blondin, quién fue el primero en cruzar las cataratas del Niagara caminando sobre una cuerda.
El mismo Warner a la edad de 21 años realizó la hazaña de cruzar las famosas cataratas del Niagara y antes de llegar a Colombia, había logrado cruzar caminando sobre una cuerda el abismo de más de 60 metros de altura de la catarata Michatoya, en Guatemala.
Los periódicos de la época relatan cómo el viernes 15 de noviembre de 1895 el camino que conducía de Soacha al salto del Tequendama inusualmente y por primera vez se llenó de gente. ¿El motivo? Todo el mundo quería presenciar la hazaña de Harry Warner.
Desde muy temprano, el revuelo de la locura del “gringo” paso de boca en boca, rápidamente en carruajes, a caballo, en bicicletas y a pie, el pueblo se fue quedando solo. La romería de espectadores se situó a lo largo del inmenso boquerón que hace el río Bogotá al despeñarse violentamente en el abismo.
Una vez en el lugar, Harry Warner desplegó sobre la hierba sus implementos de trabajo, y lentamente empezó a fijar el cable. Con grandes problemas para hacerse entender, desde el primer momento le llegaron las dificultades por la topografía del lugar.
La turba ignorante desconocía por completo la forma como Harry pretendía clavar las puntas del cable, por consiguiente nadie podía ayudarlo, finalmente y después de mucho esfuerzo en el que tuvo que pasar varias veces a nado el cauce del río Bogotá, logró amarrar firmemente el extremo del cable de un lado del río, todo esto para descubrir que el cable era demasiado corto para realizar el paso.
Al día siguiente, sábado día de mercado en Soacha, un villorrio frio y pequeño, nuevamente fue desocupado por sus habitantes la gran mayoría campesinos iletrados que expectantes se apostaron a la orilla del río a ver y analizar cada movimiento del “gringo loco”.
Solamente hasta el mediodía Warner logró extender correctamente el cable, sin embargo, cometió otro error: olvidó del otro lado las poleas y herramientas necesarias para templar el cable.
Extenuado y de mal genio, Warner se aventuró a pasar por la cuerda, en medio de la lluvia y con una espesa neblina, camino sobre una destemplada y mojada cuerda, regresando de la misma manera con las herramientas al hombro, a las 3 de la tarde todo quedó listo para iniciar al otro día, el paso oficial sobre el abismo.
Finalmente, siendo las 11 de la mañana del domingo 17 de noviembre de 1895, Harry Warner realizó la hazaña de atravesar caminando sobre una cuerda el abismo del salto del Tequendama. Lo vieron unos pocos campesinos y uno que otro espectador venido de Bogotá.
La hazaña quedó registrada en la célebre fotografía de Henry Duperly en donde se ve a Harry Warner en la cuerda floja apoyado sobre un solo pie, haciendo equilibrio con una pértiga de varios metros.
Los cronistas de la época resaltaron con asombro la extraordinaria hazaña de Warner; narrando paso a paso cada instante ocurrido. “Pasó de pie sobre la cuerda hasta la mitad del salto; allí se volvió de espaldas y regresó a donde había salido. Volvió a pasar la cuerda, deteniéndose en la mitad del salto; allí tomó la balanza en una mano, y con la otra saludó a los atónitos espectadores; después se sentó en la cuerda, se arrodilló y se acostó en ella. Luego se levantó. Y siguió de espaldas. En esta última operación, M. Warner se enredó en el cable y estuvo a punto de perder el equilibrio, pero inmediatamente se repuso”, escribió el Correo Nacional el 19 de noviembre de 1895.
Tan extraña profesión debería proporcionar algo de dinero, para ello Warner contrató los servicios del fotógrafo español Alfredo Esperón, cubrió los gastos de traslado del fotógrafo y su equipo hasta el salto del Tequendama y pagó por adelantado 12 clichés y 500 copias.
Sin embargo, extrañamente a Esperón se le dañaron diez clichés e incumplió además con la entrega de las copias. De nada valieron los reclamos airados de Warner, al final le tocó vender las pocas copias a menor precio, así lo registraron los incipientes medios de comunicación de la época.
Posiblemente Warner no pudo recuperar la inversión por lo cual decidió volver a pasar el salto del Tequendama, pero esta vez la Gobernación de Cundinamarca le negó el permiso, de nada le valieron las suplicas a este valeroso y malgeniado canadiense.
Todavía, como si lo hecho no bastara para dejar sentada su reputación de bárbaro, Warner decidido entonces buscar otro abismo y escogió esta vez el Boquerón que hace el río San Francisco entre los cerros Guadalupe y Monserrate.
El 20 de diciembre de 1895, con los ojos vendados y haciendo equilibrio sobre una cuerda, Warner atravesó el abismo y con una total sangre fría caminó los 890 metros mientras un grupo de músicos contratados entonaba una melodía marcial.
Los periódicos de la época narraban como el “míster” se jugaba la vida: “En la mitad de aquel mundo de abismos, según debe uno verlo desde allí, se detiene, toma asiento, y ¡oh prodigio de serenidad, de arte y de audacia!: se extiende largo a largo sobre el único punto de apoyo, la cuerda. Warner sigue, se arrodilla y con repentina fuerza se pone de pie y repasa la cuerda caminando hacia atrás” relataba el Correo Nacional el 21 de diciembre de 1895.
Nuevamente y como prueba de su valentía y arrojo, para la historia de la fotografía y de la ciudad de Bogotá la hazaña de Warner quedó plasmada en una fotografía: en ella se lo ve con los ojos vendados caminando sobre una cuerda floja ayudado solamente de una larga pértiga.
Después de esta otra hazaña, el canadiense Harry Warner desapareció.
En la ciudad de Bogotá nunca jamás se supo que paso con este intrépido aventurero.