«El Saus» por Ángel Humberto Tarquino

HISTORIA GRÁFICA DE SOACHA (127)

Recientemente la Dirección de Cultura de Soacha editó «La ciudad de los espacios», un libro con varios relatos sobre el municipio de Soacha. En ellos sobresale una crónica escrita por el sociólogo, periodista y columnista Ángel Humberto Tarquino González, titulado “El Saus”.

Soacha Ilustrada publica la totalidad de la crónica con autorización de su autor.

EL SAUS

Luego de recorrer por unos cuantos kilómetros su curso alto, las cristalinas y apacibles aguas del río fluyen caprichosamente por el estrecho valle chocando contra las rocosas riberas formando rebeldes remolinos. En la parte plana, donde el río inicia su curso medio en la vereda Fusungá -sobre una sucesión de meandros naturales -. una interminable fila de sauces de caprichosas ramas en sus dos orillas, flanquean el inicio de su trágico recorrido.

Un poco más abajo, sobre el costado suroriental de su cauce y haciéndole imperturbable compañía al río, la vieja carretera es testiga casi centenaria de las profundas heridas causadas a las entrañas del cerro tutelar «El Chevá». Décadas de extracción de millones de toneladas de materiales pétreos que satisfacían las necesidades de materiales de construcción de la capital, ayudaban a la subsistencia de los moradores pobres del lugar, y saciaban la desmesurada ambición de sus sucesivos propietarios.

A partir de ese punto, el río continúa su trayectoria sobre la verde sabana, alfombrada de altos pastizales, donde dos mil años atrás se recrearon y calmaron su sed los descendientes de Bochica, y todavía lo hacen los nuevos pobladores del lugar. Los ranchos de paja y tapia pisada, que parecían esconderse tras los altos pastizales, solo revelaban su presencia gracias a las columnas de humo de los fogones de leña. ¿Lavanderas?

Antes de experimentar su deplorable destino, las tranquilas aguas del río proveyeron del vital líquido a los rústicos «chircales” erigidos a lo largo de su curso desde las primeras décadas del siglo xx. Estos fueron reemplazados por modernas fábricas de ladrillos y bloques, para aprovechar la generosidad de sus arcillosos suelos y sus aguas.

El río empezaba a afrontar los irreversibles síntomas del «progreso» cuando su curso fue desviado, al inicio de la parte plana, hacia una de las fábricas del lugar. Disminuyó su cauce y se alteró para siempre la transparencia de sus aguas, en medio de la incesante y febril actividad de buldóceres, retroexcavadoras, cargadores, hornos y volquetas.

La notoria ausencia de instituciones estatales, de normas que regularan los usos del suelo, la conservación de las cuencas y las fuentes hídricas, y, sobre todo, la complacencia de las autoridades locales de la época, fueron definiendo un nuevo paisaje: cada vez menos verde, más amarillo y rojizo, hasta convertir este idílico y hermoso rincón de la sabana en un verdadero desierto.

Mientras Bogotá crecía a sus anchas, gracias al incesante flujo de camiones cargados de ladrillos, los propietarios de las explotaciones se enriquecían y los habitantes del lugar vieron cómo se convirtió el otrora paisaje sabanero en zonas marginales. Quienes nacieron aquí hace más de sesenta años, vivieron la vida y la infancia en sus riberas, llenas de memorables jornadas y todo tipo de aventuras.

Numerosos pozos fueron célebres en el curso del río hasta convertirse casi en el hábitat natural de multitud de jóvenes. Uno de ellos se distinguió por sus excelentes condiciones naturales para que los jóvenes gozaran tardes enteras, «El Saus». Sobre su margen derecha se extendía un enorme potrero, tan grande como una cancha de futbol, en cuyas orillas viejos y retorcidos sauces ofrecían sombra a bañistas y jugadores.

Numerosos niños y jóvenes, totalmente desprovistos de vestuario, en ropas interiores o en raídos pantalones recortados que hacían las veces de trajes de baño, disfrutaban de tarde en tarde de las heladas aguas lanzándose cientos de veces desde las ramas del sauce, que crecían sobre el curso del río. Otros, descalzos, jugaban fútbol en la explanada cercana al pozo y, de vez en cuando, tras una rauda carrera se lanzaban al río para refrescarse del agobiante calor.

A lo lejos, sobre la curva de la vía (frente a la cuál hoy se levanta la urbanización San Carlos), una procesión interminable de volquetas subían y bajaban con la lentitud de un desfile penitente. Sus conductores, atraídos por la osadía de los jóvenes, los contemplaban sonrientes al verlos totalmente desnudos corriendo para lanzarse al río.

No fueron pocas las veces en las que, durante las épocas de intenso verano, al disminuir el caudal del río, los precoces y habituales bañistas visitaban en fila india a las ladrilleras cercanas. Tomaban bloques y ladrillos furtivamente, para represar las tranquilas aguas, de manera que el pozo aumentara su profundidad, más adecuado para sus ímpetus de nadadores y aventureros.

En sus ya turbias aguas, cientos de jóvenes aprendieron no solo a nadar sino a entender que la naturaleza era un complemento esencial de los seres humanos. Todos ellos desarrollaron una sensibilidad empírica por su conservación, que se comprobaba con las continuas limpiezas al cauce del río.

«El Saus» fue el lugar más hermoso y famoso de cuantos parajes existieron sobre el curso del río. Fue el espacio natural que siempre acogió el entusiasmo y deseo de aventuras de cientos de jóvenes, cuyos juegos infantiles -las «calles de trompo» la «vuelta a Colombia», las competencias de «aro», el juego de fierrito con la baraja española, los «cinco huecos», la veintiuna o tres huecos, las cometas, y los desafíos «puntos» sobre el río- coparon su espíritu aventurero.

Otros lugares del curso del río fueron también escenarios de inolvidables aventuras y experiencias. Quedarían grabados para siempre en el alma de los grandes y pequeños que allí concurrían con frecuencia. La «revuelta del diablo», «El cartucho», «la Moya» y la «piscina’ de los Suárez son los nombres que aún perduran en el recuerdo de quienes vivieron esa inolvidable época.

Varias generaciones de suachunos e hijos adoptivos -que se establecieron en el municipio desplazados por la segunda oleada de violencia política en el país hacia mediados de la década del 60- convirtieron a esos escenarios naturales en su hábitat natural, donde construyeron su identidad, su infancia y juventud, mientras aprendieron avalorarlos, cuidarlos y conservarlos como pocos.

Buena parte de los habitantes de la Comuna Seis, y muchos otros del resto del municipio, que hoy rondan los 55, 60 o más años, fueron protagonistas y testigos de esos inolvidables recuerdos. La lista de reconocidos personajes y asiduos visitantes de los charcos y pozos del curso del río sería interminable, razón por la que prefiero mejor no recordar.

Las últimas generaciones y, sobre todo, los últimos gobernantes de Soacha perciben sin asombro y con total indiferencia el paisaje arrasado por el «progreso», el cual se reconoce por la creciente pobreza de la población que hoy habita sobre el curso del río y por la situación de marginalidad y exclusión en la que hoy permanecen los habitantes de lo que alguna vez se llamó «el árbol del amor».

Editor: Secretaría de educación y Cultura de Soacha

Autor: Ángel Humberto Tarquino González

Diciembre de 2019