El periódico El Tiempo se dedicó por varios años a publicar relatos escabrosos de suicidios ocurridos en el Salto del Tequendama, esta crónica roja generalmente iba acompañada de fotografías, muchas de ellas con dedicatorias y mensajes de despedida de dudosa autenticidad. Las ventas de periódicos y de publicidad hizo que este tipo de periodismo se mantuviera por varias décadas de la misma forma como se construyó una imagen fantasiosa y tenebrosa del principal sitio turístico del país. Crónica publicada por el periódico El Tiempo, el lunes 4 de noviembre de 1935.
Al saber que su novio la abandonaba se arrojó al Salto
Antes se hizo tomar una foto sobre la piedra de los suicidas, y escribió sobre la foto los motivos de su determinación. Un idilio que terminó en tragedia.
Epílogo de la dolorosa tragedia sentimental, ocurrida el 3 de noviembre de 1935, cuando aproximadamente a las 3 de la tarde, María Prieto, de 18 años de edad, natural de Sogamoso y perteneciente a una distinguida familia de aquella ciudad, puso fin a sus días arrojándose al Salto de Tequendama, en forma espectacular.
Amores
María Prieto tenía algunas gracias personales. Se educó en un afamado colegio de Tunja. En Sogamoso trabó amistad con un apuesto muchacho, muy amigo de su familia, con quien, a los pocos días, entabló amores. María era poseedora de un temperamento apasionado. Su galán le hizo solemne promesa de matrimonio. Ella confiada en esta promesa, abandonó la casa de sus padres, y se vino, acompañada de su novio a Bogotá, hospedándose en el hotel Sevilla, ubicado en la plaza de San Victorino.
Abandono
María se entregó enteramente a su novio. Vivió feliz en el hotel. Su novio le manifestaba que esperaba sólo la consecución de unos dineros para efectuar el matrimonio. Y los dos hacían proyectos para el futuro.
Tomarían una casita en un barrio barato. Ella daría clases o establecería una escuela de primeras letras. El seguiría con sus negocios, y todo sería dicha y felicidad. Más he aquí que, silenciosamente, el novio desapareció. Salió muy de mañana diciendo que tenía que hacer una urgente diligencia. María esperó a la hora del almuerzo. Luego a la hora de comida; después, toda la noche, desvelada, intuyendo ya la realidad del infame engaño.
Las dueñas del hotel, conocedoras de la desesperada situación de la pobre muchacha, la enteraron de la verdad. El novio había volado. Había regresado a Sogamoso. Falsas eran las promesas de matrimonio. Pura ironía, trágica ironía, los proyectos de la casa barata, de la escuela y de los negocios.
Y entre tanto, la realidad la acongojaba. Había dejado la casa de sus padres. Había dado todo cuanto le era más caro al objeto de su afición. Y estaba sola, sin dinero, en una ciudad desconocida. Sola, sin amigos, sin recursos y sin honor.
El viaje fatal
María poseía aun cincuenta centavos. No dijo nada a las dueñas del hotel y en la mañana tomó el tren de pasajeros que sale a las diez de la estación del Sur, con destino al Salto de Tequendama.
María llegó a la catarata a la 11 y media. Se entretuvo desde esta hora hasta el momento del suicidio, visitando las vecindades de la hermosa catarata, charlando con los turistas. En la cantina del Hotel-Estación compró un paquete de cigarrillos. Luego tomó por el sendero que conduce al abismo. Charló animadamente con el Policía que presta allí servicio y que está encargado de evitar los suicidios.
Se hizo tomar una fotografía en el borde de la catarata, de pies, sobre la famosa piedra de los suicidios.
Regreso al Hotel-Estación. Solicitó pluma. Sobre la fotografía escribió esta leyenda: “Por la ingratitud de mi novio me confundiré en la profundidad del misterioso Salto de Tequendama. María – XI – 3 – 35.
El suicidio
María regresó a la catarata. Conversó con el fotógrafo que le había tomado el retrato. Le preguntó cuánto ganaba al día. Luego se subió nuevamente sobre la piedra de los suicidas. “Quiero otro retrato”, le dijo al fotógrafo.
El artista enfocó su cámara. Y vio, por la lente de enfoque, que María se arrojaba al abismo.
El fotógrafo dio un grito. Acudió el Policía de servicio encargado de evitar los suicidios. No había nada. Agua y niebla. Sobre la piedra de los suicidas, un bolso, el retrato patético con que ilustramos este relato.
El alcalde de Soacha, doctor Guzmán, inició el mismo la correspondiente investigación.
En el Hotel Sevilla. María no dejó equipajes. Tampoco cartas, ni documentos sobre su muerte.
Noviembre 28 de 2014
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