Asistimos a la disolución del vecindario, pero son las tiendas de barrio el germen vivo para reconstruir la solidaridad, la confianza, la seguridad y la amabilidad.
En Bucaramanga hay más de nueve mil tiendas amenazadas en su supervivencia por la competencia que le hace el modelo de grandes superficies y sus satélites barriales, pues su economía de escala, su posición dominante sobre los proveedores, crearon condiciones de mercado que las favorecen a costa de la economía local y en perjuicio de la solidaridad vecinal.
Las tiendas, en su mayoría atendidas por mujeres cabeza de familia, son las amigas, las fiadoras; a tenderos y tenderas los vecinos encomiendan las llaves, los escuchan al estilo de un confesionario, propician la charla entre vecinos, son los siquiatras sociales de pequeñas comunidades que se crean alrededor de las tiendas. Sin embargo, están por fuera de los programas sociales, sin asistencia técnica ni capacitación suficiente, asediados por normas, impuestos y controles que los asfixian. Los excedentes son absorbidos por los costos financieros del gota a gota, que hace de las suyas ante la ausencia de créditos de la banca o del Estado.
Una tienda surge en un garaje, en una habitación, en la sala de la vivienda familiar para cumplir una función social que va más allá de proveer víveres y artículos para el consumo del hogar. Se hace necesario entender su función para ajustar las normas al estímulo de su existencia y de su rentabilidad, protegiéndolas de la voracidad de los emporios que gozan de privilegios con la intención de maximizar ganancias y sacar del mercado a los tenderos. Urge entonces crear los canales de distribución de los productores regionales para proveer a los aliados naturales, las tiendas de barrio, además crear la institución de proveeduría a tenderos con economía de escala y programas de crédito a bajas tasas de interés, no tanto de dinero, pero sí de insumos y productos que demande el mercado. Las tiendas de barrio son bastión y soporte de la economía popular.
Fuente: Vanguardia