Si la política, como dicen, es dinámica, el lenguaje político la supera. Peor aún, su dinamismo puede alcanzar niveles de bajeza insospechados y, paradójicamente, cambiantes. Como si se tratara de actos simultáneos, con los resultados electorales se acaban también los términos peyorativos que salen a relucir cada cuatro años.
En nuestro caso, pasaron las elecciones y nadie más volvió a tildar a otros de izquierdistas, ni hablaron más de castrochavismo y tampoco han mencionado de nuevo a Maduro y mágicamente parece que desapareció el miedo –discursivo y populista– a convertirnos en otra Venezuela. ¿Será que todas esas frases se usan solo durante las campañas electorales?, ¿o acaso, luego del triunfo de López Obrador en México alguien ha dicho que este país es hoy otra Venezuela o es castrochavista, o que esta “ideología” guiará el nuevo gobierno?
Y digo “ideología”, así entre comillas, en tanto que llevamos varios años hablando del castrochavismo como si se tratara de un concepto que pueda ser descrito, interpretado, explicado o ejemplificado desde la ciencia política o la economía –como sucede con el liberalismo, el conservadurismo, el socialismo, e incluso con el peronismo– o como si se tratara de una larga tradición política.
Lastimosamente, las consecuencias de estos discursos populistas y electoreros van más allá de lo ofensivo. La forma como se han instalado estos imaginarios en la conciencia colectiva de los colombianos produjo una sensación de miedo que quedó en evidencia en las elecciones del plebiscito por la paz –cuando la derecha asustó a los distraídos con que se le había entregado el país a las Farc y que vendría el castrochavismo–, y en la campaña presidencial –donde las encuestas de opinión señalaban que más de la mitad de los colombianos creía en el riesgo de que Colombia podría llegar a la situación de Venezuela–, al punto de generar un estigma en los ciudadanos que se identifican con cierto programa político.
Terminadas las elecciones, y con el triunfo de la derecha, el discurso que guió la pasada contienda ya quedó en el olvido. ¿Qué términos falaces, ofensivos y populistas se inventarán ahora para dar lugar a nuevos imaginarios políticos que revivan la nociva polarización del país?
Estamos en un país donde lastimosamente el poder de las palabras es tan fuerte que una persona puede ser violentada porque otros la identifican como “mamerta”, “goda”, “guerrillera” o “paramilitar”, así que es hora de parar este irresponsable y bajo uso del lenguaje político para dar paso a un verdadero debate democrático y argumentativo.
Julio 12 de 2018