Los trabajos desaparecidos de ayer

Érase una vez, los últimos empleados de calle de Bogotá desempeñaban un papel esencial, con escrituras públicas, documentos fiscales y contratos que pasaban por sus manos.

Al insertar una hoja en blanco en su Remington Sperry, Candelaria Pinilla de Gomez comienza a escribir. Una de las empleadas de la calle de Bogotá, ella ha pasado los últimos 40 años escribiendo miles de documentos.

Con 63 años, ella es la única mujer entre los empleados de la calle que han instalado sus pequeñas mesas en el pavimento frente a un moderno edificio de oficinas en Bogotá.

Usando trajes pero sin ataduras, los escritores trabajan al aire libre, bajo una sombrilla, sentados en una silla de plástico con la máquina de escribir sobre sus rodillas.

Érase una vez, estos empleados desempeñaron un papel esencial, con títulos públicos, documentos fiscales y contratos que pasaron por sus manos.

Pinilla de Gómez aprendió el oficio de su esposo cuando llegaron a la capital colombiana en la década de 1960. Tenía una granja «pero los guerrilleros se la quitaron«, dice ella.

«En Bogotá, me dijo que debería aprender a escribir … y a deletrear. Él me enseñó (el trabajo) y luego murió».

César Díaz, ahora de 68 años, se enorgullece de ser el pionero de un oficio que se ha convertido en un «refugio» para los pensionistas que buscan reponer sus asignaciones mensuales.

Trabajan de lunes a viernes y ganan menos de un salario mínimo.

Hasta ahora, han logrado sobrevivir a casi todo, excepto tal vez al advenimiento de Internet.

«En estos días, una madre le pide a su hijo que descargue un formulario, lo complete y lo envíe por Internet«, admite Pinilla de Gomez.

«Eso realmente arruina las cosas para nosotros«.

Aún hoy, varios trabajadores callejeros tratan de sobrevivir y llevar el sustento a sus casas trabajando al aire libre con sus viejas máquinas de escribir. Por horas bajo el sol, la lluvia y el frio, esperan pacientemente a fuera de los despachos oficiales con una pequeña mesa frente a ellos a los despistados parroquianos que se enfrentan al monstruo de la burocracia oficial.

En los próximos años, desaparecen también los periodistas, ya que cualquier persona puede dar su versión de lo que sucede en tiempo real con las nuevas tecnologías y las redes sociales. Correrán la suerte y desaparecerán del mismo modo como desaparecieron los barberos, los sastres, los zapateros, los sobadores (personas que le encarrilaban nuevamente los huesos a las personas sin necesidad de radiografías y médicos) y las parteras, que a excepción de los pueblos apartados que viven todavía en la edad media ya desaparecieron de las ciudades.

Diciembre 28 de 2018