Entre 2002 y 2006, hicimos numerosos debates en el Senado, en la Comisión Quinta y en la plenaria, demostrando lo mal que le iba a ir a Colombia con el TLC con Estados Unidos. Libramos otros hasta el 2012, cuando el Tratado entró en aplicación, luego de que con la lucha democrática impidiéramos que se aplicara desde enero de 2007, como lo pretendía el presidente Álvaro Uribe. Alguien debería calcular las inmensas pérdidas que le evitamos al país con este aplazamiento de cinco años.
La controversia se libró principalmente con los ministros Andrés Felipe Arias y Jorge Humberto Botero, esté último el encargado de dirigir las “negociaciones” del TLC, entre comillas, porque en realidad fue un contrato de adhesión a lo decidido en Washington. Según Eugenio Marulanda, uno de los asistentes a la reunión con Álvaro Uribe y Robert Zoellick en la que se inició la “negociación”, el representante comercial de Estados Unidos y luego presidente del Banco Mundial advirtió: “Listo, se hace el acuerdo. Pero nosotros ponemos las condiciones. Lo toman o lo dejan” (El Espectador, Agt.10.03).
Los debates consistieron en que los opositores demostramos con cifras y análisis lo mal que nos iba a ir con el “libre” comercio, en tanto los voceros del gobierno, sin dar una sola prueba, hacían afirmaciones que ni siquiera intentaban demostrar –porque les era imposible–, pero que sí contenían la carnada de que con el TLC los colombianos viviríamos como gringos. Según estos precursores de los fake news, ¡Colombia, y manteniendo muy alto el costo país, iba a vencer a una potencia económica que en 2007 tenía un PIB setenta veces mayor y que competía con el respaldo de enormes subsidios!
En representación de los intermediarios ganadores con estos tratados, Jorge Humberto Botero fue capaz de afirmar: “Mil y mil gracias, por los subsidios agrícolas extranjeros” (La Patria, May.16.04), subsidios que llevan treinta años destruyendo el agro nacional. Y también dijo que para qué producir nuestros alimentos en Colombia si podíamos importarlos y pagarlos con la plata de las exportaciones petroleras y mineras, aplicación de la teoría falaz de las ventajas comparativas, la misma que los países desarrollados recetan pero que no aplican. ¡Y si esto lo impusieron contra la comida, se imaginan lo que habrán hecho contra la industria!
Lo positivo de la entrada en vigencia de ese TLC y de otros, como el firmado con la Unión Europea, fue que la experiencia probó quiénes tenían la razón, si quienes los presentaron, sin ruborizarse, como sanalotodos, o quienes advertimos sobre sus funestas consecuencias. Y ahí están las cifras irrefutables, publicadas en esta columna y en muchas otras partes, confirmando que a Colombia en su conjunto le ha ido como a los perros en misa.
Pero hace poco salió en Semana (Dic.03.20) Jorge Humberto Botero a repetir, empeorados, los mismos dogmatismos irresponsables de hace años. Porque fue capaz de afirmar que a Colombia le ha ido muy bien –ni el brutal desempleo de antes de la pandemia lo conmueve–, y que si algo falla, es porque falta facilitar todavía más las importaciones y porque los trabajadores y los empresarios colombianos son unos avivatos a los que les gusta abusar de sus privilegios contra el país.
Aunque ya había pruebas de sobra, repetir este disparate tantos años después confirma lo que ya se sabía: que con los colombianos promotores del “libre” comercio no ha habido nunca un debate serio, con pruebas en la mano, con razones y argumentos, tendiente a demostrar qué es positivo para Colombia en su conjunto y no solo para unos cuántos. Porque lo que siempre hemos tenido al frente son recitadores de doctrinas importadas que se sabe que en Colombia operan al revés de lo que prometen, según las incontables pruebas que así lo establecen. Y que lo máximo que de verdad nos ofrecen es que cada uno finque su éxito en salvarse como pueda, en no parecer colombiano, para mantenerse o volverse parte de ese escaso 20 por ciento al que pertenecemos los sectores menos atrasados y pobres del país.
Mi invitación es a no atender estos cantos de sirena reencauchados, a unirnos –sectores populares, clases medias y empresarios–, para sacar a Colombia de la mediocridad a la que la han sometido los malos gobiernos, impidiéndonos ser un país de primer nivel.
Coletilla: Muchos hechos anuncian que a Colombia le va a ir mal con las vacunas del coronavirus, víctima de las políticas retardatarias globales que tanto les gustan a Iván Duque y a otros, a cada vez menos. Al respecto, citaré a debate de control político en el Senado.