La crisis política de hoy se acentúa por la dispersión de candidaturas que busca llegar a la primera vuelta presidencial no para ganar sino para derrotar a Petro.
La inexistencia de una Izquierda de horizonte socialista y progresista, ha dejado un espacio que vienen llenando sectores autodenominados socialdemócratas, que siempre han participado del pastel de burocracia y contratos con el Estado, y hoy tratan de camuflar sin ninguna vergüenza sus vínculos estrechos con el neoliberalismo rapaz.
En Colombia estamos en presencia de los escombros del Estado oligárquico. Nunca jamás fueron mejores las condiciones objetivas para derrocar democráticamente la dictadura del crimen y la injusticia imperante. El clamor de la gente es la búsqueda de un movimiento que organice y oriente la lucha social y política, sin embargo, no se ha encontrado quien pueda tomar la iniciativa.
Partidos –grandes, medianos y pequeños- y organizaciones sociales -grandes, medianas y pequeñas-, hacen mutis por el foro, de espaldas a la realidad, embebidos en un electoralismo ramplón que promueve un carnaval de candidaturas que atosiga a los ciudadanos.
El partido Alianza Verde es patético, Angélica Lozano, crecida ante el triunfo de Claudia López en Bogotá, Juanita Goebertus, la misma que ayudó a condenar a miles de personas de Soacha a la miseria eterna con la Bogotá-Región, Iván Marulanda y Angela María Robledo, buscando ganar una candidatura inviable para entregársela en bandeja a Fajardo en una consulta y Jorge Eduardo Londoño, un dirigente gris de Boyacá sin ton ni son, cuyas propuestas posiblemente solo las conocen su familia y sus recomendados en el gobierno de Duque.
Caso aparte es Antonio Sanguino y Camilo Romero, dirigentes serios pero cuya carta secreta es ambientar su candidatura nuevamente al Senado, ya que en caso de ganar la supuesta consulta interna de los verdes no tendrían nada que hacer ante la aplanadora impulsada por Uribe, empresarios y medios de comunicación del régimen interesados en legalizar su candidato, entre bambalinas Sergio Fajardo.
Triste el papel del histórico Antonio Navarro, un personaje ga-ga, que se dedicó a escribir tonterías en las redes sociales para figurar como componedor e ideólogo de supuestas coaliciones que saquen el país de la debacle.
¿Y Petro? Tristemente cada vez más solo, el mismo ha enseñado que las sociedades las cambian los movimientos no los partidos, pero movimientos de una sola persona, sin gente de carne y hueso en las regiones orientando a la gente no tiene futuro.
El fascismo narcotraficante amenaza la débil democracia colombiana, el uribismo, una secta nazi que insulta, asalta y ataca a todo aquel que se atreve a confrontarlos, hoy se alista a mantener el poder –por la razón o la fuerza- y convertir el Estado en una especie de monarquía, donde un anciano enclaustrado en su reino de 1500 hectáreas mantiene a una minoría disciplinada y unida en defensa de sus intereses personales. Una secta cuya obsesión es «refundar la patria» como un santuario de los supuestos valores de patria, familia, propiedad e iglesia, almácigo de delirios políticos regados por el odio.
La crisis política de hoy se acentúa por la dispersión de candidaturas que busca llegar a la primera vuelta presidencial no para ganar sino para derrotar a Petro. Las listas de candidatos demuestran la dramática ausencia del eje rector de una alternativa popular y democrática.
La inexistencia de una izquierda de horizonte socialista y progresista, ha dejado un espacio que tratan de apropiarse supuestos políticos de “centro”, cuyos vínculos con el Estado paquidérmico y corrupto son tan evidentes que despiertan enorme rechazo y repugnancia ciudadana.
El complejo de los que hablan del “centro”, alejado de los extremos y que viven esperando “que se den todas las condiciones”, debe ser derrotado. Las condiciones han madurado y comenzarán a pudrirse si no actuamos ya.