El Nobel de la guerra: cuando la paz se convierte en bandera de la derecha

Por Henry Barbosa

La entrega del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado ha despertado más interrogantes que aplausos. No se trata de una disidente cualquiera, sino de una figura que durante años ha abogado por la intervención extranjera en Venezuela, incluso por la vía militar. En 2018, la hoy galardonada escribió una carta a Benjamin Netanyahu y Mauricio Macri, solicitando su respaldo para “acabar con el régimen” de Nicolás Maduro. No pedía diálogo, pedía acción. No buscaba mediación, sino fuerza.

Al revivir esa carta, el presidente Gustavo Petro puso sobre la mesa una verdad incómoda: ¿cómo puede hablarse de paz cuando se invoca la ayuda de quienes han convertido la guerra en política de Estado?. Netanyahu, responsable de una ofensiva que hoy el mundo entero reconoce como genocidio contra el pueblo palestino, fue uno de los interlocutores de Machado. Y Macri, símbolo del neoliberalismo regional, fue otro de sus referentes.

El Nobel, al premiarla, no exalta la paz, sino la ideología de la guerra. Transforma el sufrimiento del pueblo venezolano en una bandera utilitaria y consolida una narrativa peligrosa: la de que el cambio político solo puede venir de la mano de los poderosos, aunque eso implique arrasar con la soberanía y con la vida.

María Corina Machado

Machado no ha condenado —ni una sola vez— las violaciones de derechos humanos cometidas por Donald Trump contra los migrantes venezolanos en la frontera, muchos de ellos separados de sus familias, humillados y deportados. Tampoco ha levantado la voz frente a los ataques con misiles en el Caribe, denunciados por Petro, donde han muerto inocentes bajo el pretexto de la lucha contra el narcotráfico. Mucho menos ha mostrado empatía con los millones de venezolanos desplazados que sobreviven en el exterior entre la explotación laboral, la xenofobia y el desarraigo.

Su silencio frente al bloqueo económico y financiero impuesto a Venezuela —una política que ha condenado al hambre a millones de personas— es revelador. Mientras el pueblo sufre la escasez y el deterioro de sus condiciones de vida, Machado ha convertido esa crisis en plataforma política, utilizando el dolor de su país para ascender al poder. En lugar de exigir el fin del embargo, lo ha justificado. En lugar de pedir alivio para los más pobres, ha reclamado sanciones más duras, confiando en que el colapso económico acelere su ascenso.

Por eso la pregunta de Petro no es menor: ¿qué clase de paz celebra el Nobel?. La respuesta parece obvia: una paz moldeada por las élites occidentales, que premian a quienes reproducen su visión del mundo, incluso si ello implica justificar invasiones, bloqueos o guerras preventivas. La misma paz que se mide en discursos y no en vidas.

En América Latina, donde la memoria de las intervenciones aún duele —de Guatemala a Chile, de Panamá a Venezuela—, otorgar este premio a una figura asociada a la derecha más radical es una afrenta a la historia y a los pueblos que han resistido la violencia extranjera. No es un reconocimiento a la paz, sino una provocación.

La paz no se construye con misiles ni con bloqueos. No nace de los despachos de Washington ni de los laboratorios financieros de Wall Street. La paz verdadera —la que defienden voces como la de Petro y la de tantos líderes sociales en la región— se teje desde el respeto, la soberanía y la justicia social. No premia la guerra disfrazada de libertad, sino la vida digna de los pueblos que aún creen que otro camino es posible.

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