La confesión del sargento Pérez

Por Juan José Hoyos

“Exigían y pedían muertes en combate”. “Fue una farsa que duró 14 años. Traicioné, mentí y fallé al Ejército”. “Les quité los documentos a inocentes para reportarlos como NN muertos en combate”. “Usamos armas de la República para quitar la vida a inocentes”.

Estas son algunas de las terribles confesiones de los diez militares y un civil que asistieron a la audiencia de reconocimiento de responsabilidades por los crímenes de homicidio y desaparición forzada durante el conflicto armado celebrada esta semana por la Jurisdicción Especial para la Paz en Ocaña.

La audiencia reunió durante dos días a las víctimas y a los victimarios de varios asesinatos cometidos fuera de combate —los mal llamados “falsos positivos”—, entre ellos altos oficiales militares en retiro y civiles que participaron en los crímenes.

“Reconozco ante ustedes, víctimas, que sus seres queridos que perdieron la vida en estos falsos combates nunca fueron combatientes, ni delincuentes, ni pertenecían a ninguna estructura criminal. Fueron personas de bien, campesinos, trabajadores, que fueron acechados, secuestrados y llevados a sitios donde las tropas los ultimaron en estado de indefensión y les colocaron armas solo con la finalidad de mostrar resultados operacionales”, dijo el coronel retirado Gabriel de Jesús Rincón Amado, uno de los oficiales que participó en la audiencia.

El primero en intervenir en el segundo día de la audiencia fue el sargento retirado Sandro Mauricio Pérez Contreras, quien se desempeñó como suboficial de inteligencia del Batallón de Infantería N.º 15 Francisco de Paula Santander del Ejército. Pérez entregó armas con las cuales se simulaban combates, coordinó pagos a supuestos informantes y fue coautor de varias ejecuciones.

“Planee cómo debían llegar de Soacha a Ocaña, cómo debían entregarse a los militares, les robé la identidad a los hijos que ustedes tanto amaban, entregué documentos falsos para que fuera creíble lo que estábamos haciendo, les robé sus documentos para que pasaran como NN, para que a ustedes les fuera más difícil poder encontrarlos y saber la verdad”, dijo el suboficial.

Sargento (r) Sandro Mauricio Pérez Contreras

Su relato fue el que más me conmovió. Pérez tenía en su mano una flor y durante buena parte de su confesión dio las gracias a Flor Hilda Hernández, una de las madres de Soacha, por haberle ayudado a comprender el valor de la vida. “Usted me dijo en nuestro primer encuentro: esta flor representa a mi hijo. Puede ser que esta flor no valga mucho para las personas que nos ven, pero para usted, señora Flor, sé que está reflejado su dolor y la responsabilidad que yo tengo cuando le quité la vida su hijo”.

“Yo ejecuté, yo asesiné familiares de los que están aquí, llevándolos con mentiras, con engaños, disparándoles, asesinándolos cruelmente, cobardemente, y poniéndoles un arma y decir luego ‘fue un combate’, ‘es un guerrillero’, y manchar el nombre de esa familia, destruir esa familia, dejar unos hijos sin padre, dejar una madre sin hijos. Pido perdón a Dios, y hoy me paro acá para reconocer los crímenes de guerra que cometí”, dijo en medio del llanto. “Yo represento para ustedes una máquina de muerte. Acepto ante ustedes, el país y el mundo que utilicé mi uniforme y mi grado dentro del ejército como pretexto para dar resultados operacionales, haciéndolos creer que eran legítimos, pero en realidad eran asesinatos contra seres humanos inocentes”.

“Que esto lleve a lo que dicen las víctimas: que no se repita más, que esto se acabe definitivamente…”. Esta fue su última súplica.

Mientras escuchaba la confesión del sargento Pérez, pensé que, como dice Thomas Mann, la guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz. Que nunca una guerra, por justificada que parezca, deja de ser un crimen. Que la guerra solo revela al hombre su propia estupidez, su cobardía, su locura.

Fuente El Colombiano

*Las opiniones expresadas en este artículo de opinión son del autor y no de SOACHA ILUSTRADA.